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Editorial: Humanidad herida

La matanza de 43 estudiantes en Iguala, México, es un terrible reflejo de las atrocidades a las que llega un narcoestado.

Jesús Murillo Karam, procurador general de México, compareció ante los medios. Fue el encargado de dar la noticia que nadie quería oír, que los familiares de los 43 estudiantes desaparecidos en el pequeño pueblo
de Iguala, en el estado de Guerrero, se niegan a aceptar. Los jóvenes, desaparecidos desde hace
seis semanas, fueron asesinados, tal como confesaron algunos de sus verdugos, capturados hace pocos días.
Los chicos, detenidos por la Policía Municipal durante las manifestaciones del mes de septiembre fueron entregados a sicarios del cartel Guerreros Unidos, que controla el tráfico de drogas en la región. Los
“normalistas”, estudiantes que querían ser maestros, hacinados en dos camiones, fueron transportados a un
basurero de una localidad cercana.

Los que no murieron asfixiados durante el traslado, fueron ejecutados con frialdad tras ser interrogados. Uno a uno fue ejecutado. Los cuerpos de las decenas de estudiantes luego fueron apilados y quemados
en una hoguera que ardió durante horas. Los restos calcinados fueron arrojados al río Cocula.
Así, con criminal frialdad, actúan las mafias del narcotráfico en México, que ya se han apoderado de inmensos territorios del país y han penetrado las instituciones del Estado.

Es la forma de operar de asesinos que hace apenas unos años pusieron en jaque al Estado colombiano,
pervirtiéndolo, nutriendo a las bandas gracias a la debilidad de las instituciones, de sus funcionarios, de una sociedad que se vio secuestrada por la violencia y que aún hoy vive los estragos que deja el narcotráfico a su paso. Lo mismo pasa en otros países de Centroamérica, donde las maras han crecido hasta
convertirse en verdaderos ejércitos de la muerte. Es en este contexto histórico y geográfico, pero también adornado por la actual coyuntura social de nuestro país, que las alarmas deben encenderse.

El Estado venezolano, su gobierno, los ciudadanos todos, debemos tomar muy en serio la terrible amenaza que representa el crecimiento de estas mafias a la luz de la cotidianidad. El narcotráfico
penetra cada una de las capas de la sociedad y se muestra despiadado una vez que ejerce su poder. Nuestras cárceles muestran a la perfección ese microclima que de a poco avanza hacia afuera, lejos de los barrotes y más cerca de las grandes ciudades y pueblos remotos. Es la negación de la Humanidad lo que representan esas mafias capaces de arrasar con jóvenes sin parpadear. Es la descomposición del hombre. Es uno de esos males que cuando se siente cómodo en una sociedad, se instala profundo. Y mucha sangre corre hasta que puede ser apenas debilitado.