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El madurismo sueña con un régimen como el stalinista

El chavismo-madurismo como todo régimen de raíz autoritaria es imaginado por su representación política como un orden social que debe permanecer eternamente


Oscar Battaglini

Sin duda que para el chavismo oficial la improvisación ha representado un elemento fundamental en su estilo de gobierno; un poco dentro de la filosofía de Eudomar Santos: “Según vaya viniendo, vamos viendo”. Bastaría recordar los planes implementados apresuradamente como el plan Bolívar 2000, donde la discrecionalidad privó en la administración de fondos, o el proyecto de los cultivos hidropónicos, que sólo sirvieron para engrosar algunas cuentas privadas, y así, otros. Pero, si profundizamos un poco, encontraremos que ese estilo chavista de gobernar exhibe el signo de lo anacrónico, de lo superado por el tiempo, de lo que ha caído en desuso.

Estos rasgos son los que en definitiva determinan la razón de ser y la percepción que tienen del medio circundante (de la práctica económica, del hecho social, etcétera), los principales líderes del chavismo oficial, (civiles y militares) quienes simultáneamente ocuparon los primeros puestos en la nomenklatura. Al lado de este grupo dominante aparecen algunas individualidades, y un círculo de oportunistas a quienes no les preocupa mayormente el estilo de gobernar del grupo dominante, ya que su interés está centrado en la idea de permanecer “enchufados” en cualquier espacio de la estructura burocrática para seguir medrando desde esas posiciones.

Detrás de ese estilo de gobernar se esconden: 1- las enormes limitaciones y deficiencias que por término medio caracterizan a los integrantes del grupo dominante del chavismo oficial. Demás está decir que a esto se debe, en gran medida, el estado de calamidad pública que hoy presenta el país después de los más de tres lustros que el chavismo lleva en el poder. 2- el dogmatismo medieval y la elementalidad de los miembros que componen este grupo. 3- la idea de que el poder no tiene, en definitiva, otra forma de manifestarse que no sea mediante la opción caudillista, autoritaria o militarista, y en última instancia populista. 4- la adopción, en la práctica, del modelo político estalinista tal como en su oportunidad hiciera la democracia cubana.

El madurismo en su simplicidad, sueña con implantar en Venezuela un régimen político como el que existió en la Rusia stalinista y existe en la Cuba castrista. Ese es su ideal acerca del “socialismo” y la “revolución”. Al imaginar las cosas de esa manera, no tiene en cuenta, se olvida, o simplemente no le importa para nada, que el stalinismo encarcelara y asesinara a los líderes más conspicuos de la Revolución de Octubre de 1917; la liquidación de toda forma o manifestación democrática en esa sociedad; la conversión de Rusia en una cárcel gigantesca simbolizada trágicamente en los gulag. “Stalin, que presidió la edad de hierro de la URSS…, fue un autócrata de una ferocidad, una crueldad y una falta de escrúpulos excepcionales o, a decir de algunos, únicos. Pocos hombres han manipulado el terror en tal escala” (Erick Hobsbawm, Historia del siglo XX). La conservación de Rusia como una de las sociedades más pobres de Europa, que nunca pudo equipararse, ni de lejos, con las sociedades desarrolladas de occidente; que no pasó de ser un gigantesco fraude en la construcción del socialismo, razón por la que terminó derrumbándose sin que nadie hiciera algo por impedirlo.

Otro tanto puede decirse de la sociedad cubana, la cual después de más de cincuenta años de “revolución” se encuentra sumida en una crisis general de tales proporciones que ha obligado a la burocracia castrista a negociar con el imperio norteamericano un acuerdo político que normalice las relaciones entre ambos países y que sobre todo, sirva de base para abrirle de “par en par” las puertas a las transnacionales norteamericanas a fin de reproducir en su territorio una suerte de modelo económico chino a la cubana.

Resulta sorprendente que mientras todo esto ocurre, acá en Venezuela el gobierno de Maduro no ha dicho “ni pio” para apoyar a su mentor en tales negociaciones, sino que por el contrario, se ha mantenido como en el pasado, en estado de beligerancia contra el Imperio a la vieja usanza de la Guerra Fría. De esta forma el madurismo, atrincherado en sus concepciones y prácticas anacrónicas, se resiste a cambiar; por eso no sale del estado de pugnacidad que diariamente espeta en sus peroratas massmediaticas. Esta es la razón de sus peleas con Obama, con Santos, con Rajoy, con la OEA y con cualquier país, personalidad u organismo nacional o internacional que se pronuncie críticamente sobre la situación venezolana. En estos casos, lo primero que hace el madurismo es pedir respeto para Venezuela de la manera más ridícula, para luego pasar a descargar contra los actores de esos pronunciamientos toda una lluvia de improperios por la presunta injerencia que esos señalamientos tendrían en nuestros asuntos internos. Lo curioso de tal actitud, es que mientras Maduro se permite realizar actividades políticas en algunos de los países que ha visitado últimamente (en el Bronx de Nueva York, en Chorrillos de Panamá), se opone furiosamente a permitir que aquí y fuera de aquí se lleven a cabo actividades políticas que impliquen críticas a su gobierno.

Otra muestra del estilo chavista de gobernar, es el uso que tanto Chávez como Maduro han hecho de la figura de Bolívar y de la gesta de la Independencia Nacional. No se trata sólo de la banalización y distorsión o aprovechamiento que se ha operado en torno a la figura de Bolívar y el papel cumplido por él en la dirección del proceso general de la Independencia, sino del enfoque que ha privado en el tratamiento de esos temas; donde lo que aparece claramente expropiado es un regodeo en el pasado, de tiempo detenido, de tiempo muerto, como si las cosas siguieran planteadas en los mismos términos de entonces.

Es cierto que la derrota prematura del Proyecto Bolivariano a manos de Páez y de la oligarquía colonial, dejó inconcluso ese proyecto que necesariamente habría que completar. Pero esa determinación, es preciso sacarla de las profundidades del tiempo histórico y adecuarlas a los requerimientos de hoy; sobre todo a la exigencia de alcanzar la transformación democrática más completa de la sociedad venezolana actual. Cuando uno se pregunta ¿en qué medida eso está presente en el contenido y en el estilo de gobernar del chavismo oficial?, para no exagerar hay que responder, que muy pobre o casi nada. En este sentido puede afirmarse que en el ámbito del chavismo gubernamental no ha pasado: 1.- de la verborrea que se hace alrededor de la figura y memoria de Bolívar; la manía de ponerle su nombre a todo; la farsa del anti-imperialismo; la fundación de organizaciones “integracionistas” como el Alba, la Celac, Unasur, etcétera, con los dólares petroleros que nos siguen llegando de los EEUU (¡del Imperio!) por la venta de más de un millón de barriles de petróleo diariamente.

El chavismo-madurismo como todo régimen de raíz autoritaria y totalitaria es imaginado por su representación política como un orden social que debe permanecer en el tiempo eternamente según su particular enfoque ideológico. Por eso es pensado por ellos como un régimen atemporal y resistente al cambio. De ahí que pueda definirse como un régimen que no quiere cambiar sino durar, permanecer en el tiempo. Pero como ha sido demostrado históricamente ese enfoque no tiene ningún asidero en la realidad. La potencia contradictoria que se ha ido acumulando en la sociedad venezolana en los últimos años se encargará, como ha ocurrido en otras oportunidades, de poner las cosas en el lugar que le corresponden.