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La violencia y la resiliencia social

El gobierno sufre las consecuencias de una violencia desatada, que se revierte sobre él mismo


 

Gustavo Luis Carrera

La violencia es congénita con la condición humana. Y así se traslada al grupo social, al hombre en sociedad. Es un hecho cierto, y en un sentido, natural. Pero, entonces, corresponde al individuo socializado y a las administraciones políticas, a los gobiernos, encauzar y civilizar esa violencia innata.

LA VIOLENCIA DESATADA. Acerca de la violencia desatada, y ya inmanejable, remito a la lectura aleccionadora del elocuente editorial publicado por “La Razón”, en su edición del pasado domingo 17 de mayo. Es difícil ser más expresivo y convincente. De allí extraigo lo siguiente: “El Estado venezolano ha fracasado de lleno en su función de proteger la vida de los ciudadanos. ¿Cómo confiar en unas instituciones que alientan la impunidad? La muerte se impone y el sentimiento de indefensión es generalizado… No debe verse como normal que decenas de venezolanos sean asesinados a diario; no se puede permitir que el sicariato eche raíces en el país; no hay que mirar a otro lado cuando la vida es lo que está en juego. No podemos dejar de hacer una lectura a los hechos recientes, en los que vecinos, cansados de estar desasistidos, han estado a punto de linchar a delincuentes en distintos sectores. Que la gente entienda que hacer justicia queda en sus manos, es peligroso; pero, también sintomático de los días que vive el país. La gente no confía en el Estado, y los hechos dan razones para que así sea”.

LA RESILIENCIA DE LA SOCIEDAD. La resiliencia se define como la capacidad del individuo o de la sociedad para enfrentar y superar lo negativo, lo opuesto, lo destructivo. Sí, la resiliencia existe, y hasta puede desarrollarse. Pero, tiene un límite. Y el peligro es que, sobrepasado ese límite, el individuo o la sociedad caen en la decadencia; traducida ésta en temor, pesimismo, o simple miedo existencial. Y a ello se ha llegado en la actualidad.

Este cansancio, esta saturación, que se observa en el grupo social, temeroso, que extrema sus precauciones y exacerba sus desconfianzas, hasta situarlas, justificadamente, inclusive en las fuerzas de vigilancia, es el preámbulo de dos reacciones igualmente peligrosas: la protesta enardecida y la autodefensa.

EL PELIGRO ANIQUILADOR DE LA VIOLENCIA DOMINANTE. Cuando la violencia impera en las calles, como ocurre actualmente a nivel nacional, esta fuerza bruta y brutal tiende, lógicamente, comprobando su impunidad, a dominar, a adueñarse del control de la seguridad, justamente a través de la inseguridad. Es lo que ocurre a ojos vistas.

Ahora bien, llamar a empuñar armas y repartir armas es sembrar la violencia. Una violencia asesina, sádica, que se refocila en matar por matar. Y el gobierno que no previene este riesgo y no enfrenta esta realidad, sufre las consecuencias de una violencia desatada, que se revierte sobre él mismo, sin poder contenerla, disputándole la autoridad. De donde resulta el estado de indefensión de una sociedad.

VÁLVULA: “En la ejemplarizadora y muy antigua leyenda folklórica del Golem (antecedente inspirador del tan conocido Frankenstein), un alquimista crea un poderoso hombre de arcilla; y éste, termina matando a su creador. Es la lección que deben aprender los gobiernos: auspiciar y no contener la violencia pública es crear un Golem que no sólo destruirá la sociedad, sino que se revertirá contra ellos mismos”.

glcarrera@yahoo.com