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El buró y su tribu y virreinato

La corrupción en Cataluña ha venido caracterizándose en estas últimas décadas por el protagonismo de capitostes político-administrativos que ni tan siquiera malversaban de su Capital empresarial…, ¡pues no lo tenían!


Tamer Sarkis Fernández (Barcelona, España)

En su obra La sociedad del espectáculo (1967), el líder de la Internacional Situacionista Guy Debord elaboró un excelente retrato idiosincrásico de la burguesía burocrática, clase caracterizada por su vocación de detentar, como sea, el monopolio de las apariencias. Al tratarse de una clase que acumula Capital a través de la centralización rentista, y cuya mera presencia, pues, empobrece automáticamente el cuerpo social, la burguesía burocrática no puede permitirse coexistir con la más mínima brizna ideológica de disentimiento. Una sola chispa podría prender la tapa de la caja de Pandora. Este celo la determina a desdoblarse ella misma como Policía de la mirada al tiempo que, cuanto más lejos va en su necesidad de drenar el cuerpo social a su recaudo, más vehemente se vuelve en negar pública e insistentemente su propia existencia.

Hay, de tal modo, un hilo de continuidad que identifica a Mas (presidente del gobierno catalán) o a Jonqueres (presidente de Esquerra Republicana de Catalunya) con Brezniev o con Andropov. En la URSS imperialista del revisionismo el discurso oficial repetía “aquí no hay clases; el Estado lo es de la población entera”, igual que los herederos de los cabecillas de consistorio municipal franquista, de los creadores de Flechas y Pelayos o de quienes en 1936 “expatriaron” (sic) sus capitales a Burgos son hoy “las cabezas de un pueblo afrentado”. Cuanto más destaca la burguesía burocrática catalana respecto del conjunto del Estado en materia de apropiación de la riqueza y tejido sociales para su propio gasto político-administrativo, más sube el volumen de su neo-lingüístico “España nos roba” y con mayor retorcimiento se empeña en auto-ideologizarse de “liberal”. Pero el ingreso fiscal catalán directo per cápita supera en un 100% (x2) al ingreso fiscal autonómico español promedio, cosa no extraña si se piensa en la cantidad de empresas, sociedades y patentes registradas en Cataluña. El dato debe ser puesto en relación con un territorio de renta per cápita superior a la media de la UE y con una Administración autonómica que gasta en materia político-administrativa más que el mismísimo Madrid. ¿Por qué entonces es el gasto social sensiblemente inferior a la media española?. ¿Qué tiene que ver España en el asunto?: estamos hablando aún de la parte de la tarta a recaudo discrecional del Govern, sin introducir más variable (hipotética) relativa al Tesoro Español. Por idéntico patrón, cuanto más destaca a la cabeza de la entrega del país y de su potencial de fuerzas productivas al Hegemonismo estadounidense y a sus consortes imperialistas europeos, con más ahínco se afirma de “nacionalista”, y corre a pronunciar su auto-exculpatoria mistificación: “la crisis española y sus consecuencias para Cataluña”.

De la corrupción se habla aquí con toda naturalidad e hipérbole en términos de “corrupción endémica española”. Lo de los Pujol, entre tantísimos otros, se nos cuenta como si se tratara de una “irregularidad familiar” en un pernicioso terreno del que, ¡ay!, no se libran ni los más puros patriotas. Hasta en una emisora radiofónica del conglomerado burocrático se hacía poco menos que apología del caso, aseverando que, ¡bravo!, era de patriotas expropiarle a España. Pujol Robin Hood. Profundizar en el caso siquiera con un mínimo de raciocinio nos llevaría a concluir que lo fuerte del tema no es el robo millonario en sí, sino la macro-estructura burocrática posibilitadora de tales extracciones de Capital; paradigma estructural catalán de hoy día, y de cuyo Poder todos los casos Pujol (en boga durante estas últimas semanas más cuantos vengan) no son más que el epifenómeno superficial. En efecto: desplazar la pregunta desde la evasión o el desvío dinerario, hacia los orígenes de esa acumulación “malversada”, nos pondría de inmediato sobre la huella del Secreto velado por la estructura político-económica catalana. Esa estructura que, pretendiendo aparentar los ecos de su historia, continúa diciéndose tan “burguesa productiva” mientras usa el dinero germano del Plan Juncker en empujar las ruletas del Barcelona World.

Y es que la corrupción en Cataluña ha venido caracterizándose en estas últimas décadas por el protagonismo de capitostes político-administrativos que ni tan siquiera malversaban de su Capital empresarial…, ¡pues no lo tenían!. Se trata de una corrupción eminentemente burocrática, que prefigura el parasitismo organizado por y para esos entes que tienen la desvergüenza de llamarse a sí “nacionalismo”. Cataluña: región periférica ultra-dependiente y en trayecto hacia su bananarización. Un poco de raciocinio aplicado basta para desmontar ese Tinglado aleccionador de “modernidad, productividad, eficiencia, soberanía e independencia”, igual que otro poco pudo bastar en los sesenta para desmontar la falacia revisionista de un “Estado socialista que es de toda la nación y donde no hay clases sociales”. Pero contra la razón cada burguesía burocrática desarrolla su irracionalismo organizado, del que la catalana no anda escasa.

Con el anillo de la capitalización a la prensa escrita circulante consigue dicha clase atesorar todos los anillos del discurso, mientras impermeabiliza a la sociedad respecto de televisiones y de radios no directamente acaudilladas, que son “españolas”; emisiones de “El Enemigo”. Peligro: contaminación. 8 de cada 10 ciudadanos catalanes en sintonía “soberanista” sólo ve TV3, mientras el proletariado catalán, quien por origen, por vínculos humanos y por instinto de clase no resulta en absoluto adepto al proceso en ciernes, comparece como invitado de piedra ante su propia extirpación de la ecuación política catalana. La burguesía burocrática le espeta al proletariado “¿yo…?: ¡si yo no existo”!, “y tú tampoco existes”. A la par que la clase dominante ha operado la desindustrialización del territorio, el espectáculo de lo virtual ha acabado por despolitizar el extrarradio suburbial incluso en lo que a baremos espectaculares se refiere: antes el proletariado votaba en Cataluña a quienes por error creyó “los suyos” (PSC), tal como el proletariado madrileño o el andaluz. Ahora empieza a ver a esas fuerzas secundar el proceso “soberanista” y al devastador Proyecto socio-económico que lo contextualiza a éste.

Hacer surtir efecto al conjuro de impermeabilidad sonora depende de demonizar con éxito a “España”, a “lo español” y a “los españoles” per se, identificándolos tout court con determinada España, como si de ellos emanara una especie de genoma gentilicio determinante de derroteros históricos específicos (por caso el Franquismo o el genocidio de nativos americanos), y omitiendo que el Pueblo español (y el catalán) se batían contra el fascismo mientras la burguesía catalana se “exiliaba” en Burgos, capital de los “nacionales”. Más tarde, el desfile sellador de la entrada de las tropas “nacionales” colapsaría de tenderos y de boy scouts la Gran Vía condal.

Junto a esto, al “catalán no tan catalán” (quien empieza a ser llamado sistemáticamente “ellos” en la dialéctica de la cotidianeidad camarillista) se le hace objeto de estereotipia racista/clasista, a veces por medio de shows humorísticos televisivos. Estereotipia que cobra rostro en concepto de menor civilidad, retraso cultural inclusive hasta el brutalismo, menor inteligencia, manipulabilidad y borreguismo, irrespetuosidad de maneras y de voces, tendencia a la picaresca, tendencia esencial a la deshonestidad y a la corruptela, catetismo o pardillismo, déficit de “europeidad”, etc.

Para lo único que a esos “ellos” se les hace ingresar abruptamente en el Club es al “explicarles” (síntesis tecnocrático-clerical inquisitorial) cuan in-ético es “desviar” “hacia España” una porción de la contribución fiscal “catalana”. Se omite el detalle de que, para millones de casos, la familia o la parentela o bien la ascendencia más o menos directa del contribuyente son de y radican “en España”. Pero claro: en tanto que realidad verdaderamente invertida, el espectáculo configura el paroxismo de lo que Marx llamara, al referirse al capitalismo, “disolución de todos los vínculos”. El vínculo humano concreto, en dialéctica con el vínculo económico que le corresponde (y que se ha desarrollado en la historia como base material constitutiva de formas humanas de agregación), ha de ser drásticamente fulminado en el camino hacia la prevalencia de una condición nacional estrechamente conceptualizada como ideología tanto como imperativo de servidumbre a una gradación jerárquica con arreglo a orígenes de asentamiento, ascendencia y filiación.

Si nos deslizamos a la esfera de lo que Antonio Gramsci llamara “política doméstica” o “baja política”, enseguida percibimos cómo la burguesía burocrática nos anuncia su propia Naturaleza de comunidad concentrada de clase, idealmente sin fisuras. Artur Mas propuso a Jonqueres una lista electoral unitaria ERC-CiU. El último se mostró en principio partidario de guardar las apariencias, añadiendo que Esquerra, de ganar, haría a Mas presidente por al menos 19 meses para capitanear el rumbo compartido hacia la “independencia”. Y al final dijo sí. En la vida de la burguesía, la existencia de partidos distintos traduce cierta realidad fraccionaria, hasta cierto punto disonante entre sectores empresariales, entre monopolios o entre órbitas internacionales o imperialistas de adherencia. Pero la burguesía burocrática, por ser la clase administrativa hiper-centralizada respecto de la renta pasivamente cosechada a la entrega de un país, no necesita nada de eso ya. Nos anuncia, con sus mercadeos de politeia, el futuro estructural ínsito a su modelo tan “independiente” de nación: “Nosotros -se dicen unos a otros-, no vamos a competir. Entre aquí el Capital y entremos en tropel al festín de poblar el Aparato de gestión con nuestras clientelas”. Quedando, para beneficio de terceros bien definidos, el mercado interior de inversiones y exportaciones, deja de haber capitales internos a quienes defender distintivamente, al devenir estos, por transacción, totalmente subsumidos en la lógica exterior matricial. ¿Y, así, para qué entonces partidos “nacionalistas”?. Se vuelve de recibo un solo partido-Estado, cobrador y recaudador.


 

El autor es vicedirector de Diario Unidad