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La tempestad

El régimen sabe que su obsesiva perversidad por permanecer en el poder colmó de manera irreversible la paciencia de la sociedad


Rubén Osorio Canales

Ante el temor reverencial a una marcha multitudinaria opositora para reclamar a su derecho a revocar el mandato presidencial tal como lo indica la Constitución, el régimen le ordenó al CNE entregar las planillas para iniciar el proceso revocatorio.

Con ello el régimen logró convertir una marcha de indignada protesta en una fiesta en la que la firma de los indignados fue la protagonista.

Desde luego que el régimen se engañaría si pretendiese que con esta jugada va a bajar la furia de un pueblo verdaderamente indignado como el nuestro.

Si alguien está claro sobre el descontento popular, más que por lo que dicen todas las encuestas, por sentirlo en carne propia, es el régimen. Si alguien sabe que el pueblo perdió el miedo y cada día va en aumento su decisión por protagonizar un cambio, es el régimen.

El régimen está consciente del calentamiento del clima político que han provocado sus excesos de provocación y su absurda e inadmisible manera de cerrarle el camino a la rectificación, al diálogo y a las exigencias de cambio que cada día son mayores en nuestro país.

«El rechazo hacia este régimen ya ruge como un volcán y amenaza con hacer explosión, sin embargo no hay que llamarse a engaños. El régimen, lo dice todos los días, seguirá acosando y poniendo a prueba, no solo a la oposición organizada, sino a esa voluntad popular que se expresó el 6 D»

El régimen sabe y siente que el clima político está recalentado, que la escena la copa una rabia absolutamente democrática que por las vías de la Constitución quiere provocar un cambio para bien del país, que en la actualidad hay en el aire un olor que hace recordar los días de la rebelión popular de aquel once de abril, lamentablemente tiroteada por la intolerancia y abortada por la ambición de un grupito que la historia recordará por sus malas acciones.

El régimen sabe que esta sociedad está hasta la coronilla con lo que sucede en Venezuela todos los días. Que no soporta el desabastecimiento, la inseguridad, la falta de medicinas, los apagones, la falta de agua, la corrupción, la impunidad y mucho menos las continuas amenazas de la cúpula cívico militar que hace de la arbitrariedad y del abuso de poder un modus vivendi.

El régimen sabe que la paciencia se agotó, que su absurda manera de arrear a la gente ya no tiene vida sin protesta, que su obsesiva perversidad por permanecer en el poder, colmó de manera irreversible la paciencia de la sociedad toda, incluida una gran masa de gente decepcionada.

El rechazo hacia este régimen ya ruge como un volcán y amenaza con hacer explosión, sin embargo no hay que llamarse a engaños, el régimen, lo dice todos los días, seguirá acosando y poniendo a prueba, no solo a la oposición organizada, sino a esa voluntad popular que se expresó el 6 D, resultado que no fue sorpresa ni para el régimen, ni para la dictadura cubana que en este territorio todo lo supervisa y que las respuestas a aquella debacle política obedecen a un plan rigurosamente estructurado por los cerebros, propios y foráneos, de un régimen que tiene más de cincuenta años en el poder y en consecuencia, ténganlo por seguro, que seguirá en su intento por anular a la nueva AN, a disparar los dardos inconstitucionales del TSJ, en obligar al CNE a sacar de la manga la letra más pequeña y torcida de la ley para impedir el revocatorio y cualquier otra vía que sirva para poner fin a su mandato.

A la oposición le corresponde cambiar ese libreto, adelantarse a jugadas que además de indeseables podrían acabar con el ánimo de esa gente que con tanto entusiasmo firmó las planillas con la idea de que estamos en el principio del fin de una realidad política que mata nuestros sueños con tanta perversidad.

Es de advertir que si es cierto que el régimen está en muy serios apuros, la situación de la oposición está llena de riesgos y por lo tanto ahora más que nunca debe afinar sus brújulas y entender que la AN y la MUD tienen tareas distintas pero complementarias, mientras una legisla a favor de la gente, la otra tiene la responsabilidad de interpretar y conducir a buen destino el descontento popular.

La tarea no es fácil y exige una unidad de propósito y acción cónsona con el único camino que puede salvar a Venezuela como es un gobierno de unidad nacional, capaz de impedir un luctuoso derramamiento de sangre, revertir todos los despropósitos acumulados en estos 17 años y de paso acabar con esa vorágine que desencadena la desesperanza cuando el liderazgo hace sentir los extravíos del fraccionamiento y las ambiciones personales. Estamos pues en el ojo mismo de la tempestad.