,

Sócrates, el último pre-socrático

Sócrates

La moral del ciudadano libre digno de tal nombre no puede consistir jamás en plegarse a las tradiciones y a las instituciones políticas y jurídicas vigentes


Tamer Sarkis Fernández

Toda la Grecia pre-socrática fue inmune a la suposición de una rectoría “legal” a-histórica del Mundo, puesta en la Tierra –o más exactamente con el Mundo- por una alteridad en auto-proyección, se tratara de la ley de la Creación, de la ley del Deseo, de la ley natural, de la Naturaleza Humana o de su Moral, del Progreso, de los Mitos o de las Fuerzas Productivas. Si la Physis es todo y no se debe a nada, su movimiento no puede estar guiado por uno u otro patrón racional hacia la producción de una realidad predeterminada, pues esa realidad sería ya (existiría), en calidad de potencia, fuera de la Physis, y sería encauzadora, atractora, del devenir de ésta última. Hipótesis que no cabe porque, careciendo la Physis de causación ni de principio motriz fuera de su movimiento auto-causado, no-ser es absolutamente nada. Y de la nada, nada sale, así que difícilmente la nada va a estar disponiendo al ser; pues la nada es, en rigor, inexistencia pura sólo ideable desde dentro de la Physis, esto es, abstracción producto, en sí misma, del movimiento de la Totalidad.

Tal punto de partida, trasladado al pensamiento conceptual de los fenómenos sociales, entraña la virtud de blindar al pensamiento, frente al riesgo de poner a lo originado (producto, efecto, rentabilidad, finalidades subjetivas particulares y parciales, regulaciones) en el origen (causación). Pautas, normativa, usos, códigos, tradiciones, prescripciones de conducta, suelen ser recursos que deben su ser al buen funcionamiento de la Polis, a la puesta en regulación y en resolución de los asuntos que en su contexto surgen y se dirimen, así como a la armonización entre ciudadanos, necesaria a fin de evitar la disolución, en un mar de competencia exacerbada en conflictos y sabotaje, de las propias relaciones mercantiles y comunicativas que les permiten a estos reproducirse con su posición y estatutos. Pero el hecho de que la Polis funcione y se resguarde gracias a la observación generalizada de la moral concebida como atención y obediencia a los códigos establecidos y heredados, no significa que la Polis y su modo de organizarse se hallen necesariamente del lado de lo bueno.

A tenor de lo expuesto, la moral del ciudadano libre digno de tal nombre no puede consistir jamás en plegarse a las tradiciones y a las instituciones políticas y jurídicas vigentes. Que la vida en la Polis prosiga garantizando la supervivencia, mediante puesta de sí en coordinación a una moral, originándola a esta última, eso es una cosa. Y otra cosa distinta es que, como esa moral concreta la salvaguarda, la Polis deviniera ella de la moral y pueda aparecer rodeada de su halo en tanto que su phenomenon (su aparición, manifestación suya).

Al contrario: el ciudadano libre –contra el acomodado a vivir bajo lo que no le mata- debe medir tanto a organización de la vida como a prescripciones, según la tabla del conocimiento de sí, y hacer de éste la fuente de su moral. Una moral ante todo ética: una moral que no ceda ante el conocimiento inmediato impresionista y pulsional propio de la hormiga que detecta la utilidad que a su identidad social no cuestionada le reportan usos, leyes y marcos de adopción de decisiones, y así conviene con instructores, políticos y juristas en torno a la “esencia virtuosa” de lo vigente.

Sócrates defenderá este pensamiento hasta el final, y será, en este aspecto, el último “físico”; el último presocrático. En mitad de aquellos que a él le rechazaban, autodefiniéndose cumplidores de lo que, instituido, les mantenía en agregación -una agregación de formas sociológicas delimitadas y reservándoles a los ciudadanos su lugar, ejercicios y compromisos- él no tenía nada que hacer. Quienes le juzgaban acusándole de “corruptor de la juventud” habían perdido a su entender todo sello de aristocracia. Así guiado por su ética, Sócrates tenía que, ironía del Destino, obedecer la sentencia que le condenaba. Pudo haber aceptado destierro a cambio de retracción pública, pero él sabía que estaría así dando la razón, con sus actos, a sus detractores. Y no quiso que su papel acabara encarrilado a contribuir a su manera a la autocomplacencia de la Polis. Tendría que ser “desalojado” el perturbador, y la perturbación quedaría.

El autor es vicedirector del diario Unidad