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Flamantes derechos liberales de la vida hecha política de la concurrencia y del despedazamiento

La identificación posmoderna de “política” con una suerte de Physis auto-causada y que fluye en todo, sin proveniencia y de la cual todo proviene


Tamer Sarkis Fernández

Hay actos de conquista política que significan la toma, grupalmente organizada tanto como perseguida, de unos recursos que capacitan materialmente para la gestión de las fuerzas sociales y para la sanción normativa de la desobediencia a esas pautas introducidas de gestión. Y, sin embargo, más que en tal acepción o emprendimiento político colectivo, las sociedades primermundistas apacentadas e individualizadas suelen pensar “política” en el sentido de uso racional de unas aptitudes propias, del mejor modo posible para doblegar las relaciones cotidianas, a todas horas, y conducirlas a dar aquel producto que ocupa el lugar de fin estratégico de la relación.

Es ésa una acepción de “política” en la que una multiplicidad de Antropologías y de Arqueologías postmodernas, ve tanto rango de ubicuidad en el seno de cada sociedad (inundando todas sus dimensiones), como también ubicuidad trans-social. Dando reflejo mecánico “académico” de la vulgaridad social cifrada un NON STOP de la picaresca, del ladino, del taimado y del sujeto-a-la-defensiva, o de El Quijote contra viento y marea, el posmodernismo reserva para la “política”, así entendida, nada menos que el título de ontología de lo social; aunque –oh, paradoja- “antimetafísicos” practicantes de estas corrientes jamás consentirían en emplear esa fórmula “ontológica”. Construyen su a priori politicista a partir de una colección abrumadora de “pruebas” recolectadas de entre los más bajos fondos inundadores de la cotidianeidad. Después de todo, cierto filósofo marxista denunciaba en Historia y consciencia de clase, lo que él llamaba la metafísica del hecho aislado. Nominalismos a parte, los posmodernos pretenden dar rango a su premisa aludiendo a Michel Foucault, quien siempre distó manifiestamente de secundar semejante estupidez que hace de la política una cuestión metafísica de arranque para la vida social, imagen radicalmente antagónica a “la microfísica” foucaultiana del poder.

La identificación posmoderna de “política” con una suerte de Physis auto-causada y que fluye en todo, sin proveniencia y de la cual todo proviene…, es la proyección abusiva de una realidad social cosificada en la que, como todo producto social y toda condición del funcionamiento de los sujetos en sociedad están verdaderamente alienados (la actividad productiva, la vivienda, la comunicación, el moverse, el descanso, el hábitat, el decidir la centralidad del hacer propio, la naturaleza, el reunirse, el sueño y su tiempo, el amor en su ímpetu y multiplicidad, mirar al cielo y distinguir sus estrellas…), todo se ha convertido objetivamente en una cuestión política. Precisamente Foucault ironizaba al respecto sugiriendo algo así como que cada vez que se apaga en el cielo una estrella de libertad, se escribe un derecho nuevo en los códigos que reconocen nuestros derechos. Podemos completar la ironía lanzada añadiendo que quizás pronto dormir más de seis horas se convertirá en asunto político, y, con apresuramiento y mediante grandes elogios de prensa y de aula a este avance democrático, “llegara a” ser una realidad cotidiana respaldada a título de derecho.

Un ejemplo paradigmático de la paradoja de los derechos dimanados de la enajenación social misma, lo brinda la Constitución estadounidense de 1787. En ella, Benjamin Franklin recoge como derecho (y de especie superior: uno de los Derechos Humanos inalienables) “la Felicidad”. En las pseudo-comunidades del Antiguo Régimen, cierta “felicidad” –mezquina y canallesca- había logrado instalarse sustentada en el consuelo trasmundano para los “hombres de buena voluntad”, en la seguridad provista por el Señor, en los Dogmas tranquilizantes que “libraban” de inquietud existencial, en la calma de conciencia y la satisfacción emocional que proporcionaba descargar los males sobre chivos expiatorios varios, en la cobertura subsistencial por la gestión comunitaria de una porción de la tierra y por el aprovechamiento directo de un conjunto de Medios de Producción y de recursos, en el mantenimiento de solidaridades y de sistemas de apoyo articulados por el parentesco o por la agregación humana de pertenencia, etc. Eran los mismos lazos económicos y sociables –eso sí: jerárquicos y brutales- la especie de infraestructura configurada de cierta “aproximación” a la com-unión (en forma hegeliana de alienación u objetivación oscura y parcial de la Idea en la vida). Y con ello a la felicidad, “pues el ser humano sólo puede ser en sociedad” (Marx). Es más: sólo llega a serlo en sociedad, previa a la producción evolutiva de nuestro ser genérico humano). ¿Cómo legislar la felicidad en tal contexto?. Sería como legislar la función guerrera defensiva y de asalto intrínseca al sujeto gentilicio durante el comunismo primitivo. Sería como legislar el derecho del sujeto biológico a la respiración.

Precisamente cuando la burguesía deshace de modo violento todos aquellos lazos, “la Felicidad” quebrada –y radicalmente reconceptualizada, sentenciándose en los textos políticos la condición infeliz de aquélla que no era sino “comodidad del esclavo” (Montesquieu)- pasa a ser una especie de Premio Supremo de la vida, por cuyo alcance el sujeto tiene que trabajar duro. Un asunto que “concierne individualmente” y “meritocrático”, que todos tienen el derecho a conquistar (y los propietarios a defender con fuego y cárcel). Tal vez en un futuro “la respiración de oxígeno por el organismo humano” sea “conquistada” a modo de Derecho Humano liberal. A fin de cuentas, la alienación de nuestro género humano, y en tal medida el progreso jurídico liberal, continúan en indisociable desarrollo.

El autor es vicedirector del diario Unidad