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Más de 5.000 niños almuerzan entre pupitres para hacerle frente al hambre

Escuelas del área metropolitana de Caracas se han habilitado como comedores vacacionales para poder paliar la dura situación alimentaria que afecta a las familias y que repercute en el desenvolvimiento de los más pequeños


Mónica Duarte

Johannys tiene 11 años y lleva un mes comiendo solamente yuca, plátano y sardinas. Desayuna o cena, pero no más que eso. Su hermana de dos años recibe lo mismo y su mamá un tanto menos. Como ella, los casos de niños que les falta comida y que asisten a clases con el estómago vacío se han multiplicado los últimos meses.

Desde el mes de marzo los pupitres comenzaron a vaciarse, al mismo ritmo que los estómagos de los pequeños. La falta de comida en los hogares ha vulnerado la educación y la salud de la mitad de la población estudiantil de los colegios municipales y estadales de Caracas, duplicando el índice de inasistencias, según cifras oficiales.

Este panorama encendió las alarmas de los maestros de educación inicial y básica en más de una institución que, viendo las necesidades que pasan las familias en pobreza, han decidido buscar ayuda para paliar el hambre que se esparce y afecta de manera crítica a los más jóvenes.

Cambiando los libros por un plato lleno, más de 5.000 niños han regresado en vacaciones a los espacios escolares que se han abierto para acoger programas de alimentación improvisados y sin mucho presupuesto para garantizarles un almuerzo o una merienda al día.

han armando una red “de emergencia” para estructurar comedores infantiles en vacaciones

Un grupo de cinco colegios católicos de La Vega, los consejos comunales de Carapita y Las Mayas, la gobernación de Miranda y la alcaldía de Sucre son algunos de los organismos que han armando una red “de emergencia” para estructurar comedores infantiles. Comenzaron teniendo en vista la población escolar con problemas de alimentación, pero han terminado atendiendo a familias de sectores vecinos que se acercan para ser incluidos en los programas, beneficiando tanto a niños como a padres voluntarios.

Riesgo alimentario

A finales de julio la gobernación de Miranda y la alcaldía de Sucre realizaron paralelamente estudios de opinión a estudiantes, maestros y representantes para determinar la dimensión del problema alimentario que percibían en sus alumnos. Los resultados sorprendieron: 60% de las familias afirmaron interrumpir sus rutinas de trabajo y estudio por no tener alimentos suficientes en su hogar; un 86% ha sentido temor de quedarse sin comida; el 58,95% ha tenido que acostarse con hambre por no tener qué cenar y 69% de los niños comen menos veces que antes.

A esto se le suma una encuesta nacional que desde el 12 febrero realiza la consultora More, semanalmente, y que determinó que la frecuencia de alimentación ha descendido de forma constante. De 70,4% de la población que comía tres veces al día hace seis meses, hoy sólo 46,4% puede hacerlo.

Pero la inseguridad alimentaria va más allá, pues la investigación de la dirección de educación de la alcaldía de Sucre evidenció que 1 de cada 10 familias del municipio no ha comido proteínas en el último mes, 4 de cada 10 compra sus alimentos a comerciantes informales, y 38,3% ha presentado enfermedades o malestares relacionados con trastornos gastrointestinales.

«Estos indicadores demuestran el riesgo de salud pública existente y la capacidad real que tienen las familias de consumir nutrientes, además de tener una alta incidencia en la vulnerabilidad de los niños», explica Nahury Escalona, directora de educación en la alcaldía de Sucre.

“Vimos el resultado de la encuesta y decidimos que había que actuar y había que hacerlo ya. Nos reunimos con nuestros directores y ellos entendieron perfectamente porque lo viven a diario. Además, lo que pasa en el período vacacional es peor que en el año escolar porque, si bien los niños están de vacaciones, los padres siguen trabajando y no tienen el apoyo de los programas de alimentación”.

«Estos indicadores demuestran el riesgo de salud pública existente»

Escalona señala que otro de los impulsos que tuvieron para organizar la actividad fue la observación del perfil de los padres del municipio, la mitad de ellos amas de casa y trabajadores del sector informal. “Este es un grupo que hay que apoyar de manera especial porque son personas que no se benefician con las políticas de aumento salarial”, afirma.

En las escuelas regionales de Miranda también se sintió el temor por los niños que dependían de la comida escolar y, entre la dirección de Salud y Educación, activaron de forma extraordinaria el Programa de Alimentación Escolar (Mi Pae) y organizaron a profesores y padres voluntarios para recibir y cocinar diariamente almuerzos completos a 4.500 estudiantes en todo el estado.

Ambas instancias, Sucre y Miranda, desarrollaron los planes “Escuela solidaria” y “Vacaciones en mi escuela”, respectivamente, sin tenerlos presupuestados y contando únicamente con donaciones privadas y trabajadores voluntarios.

“Le doy gracias a dios porque estamos comiendo”

LaVega
En La Vega se reparte almuerzos a 140 niños de sectores vecinos.

«Hoy Enzo no vino, porque se sentía mal, no sé qué va a comer porque en la casa solo hay una harina», dice Ericka mientras espera que le sirvan su jugo de mango y el platico de sopa que comerá ese miércoles junto con otros 140 niños que asisten a una escuela Fe y Alegría en Las Casitas de La Vega para almorzar.

Las madres esperan en el área externa del comedor a que sus hijos terminen, mientras algunas comparten una bolsa de naranja que compraron un par de calles más abajo para saciar el hambre al mediodía. “¿Comiste todo? ¿Quedaste lleno? ¿Te gustó?”, se escuchan unos “sí” y otros “no” ante esas preguntas finales, pero todas quedan contentas de poder aliviar una comida al día sin tener que impactar su bolsillo.

“No me gusta mucho cuando dan sopa, yo prefiero que me sirvan frijoles o plátano, pero igual le doy gracias a Dios porque estamos comiendo”, dice Milagros, un pequeña de siete años.

la voz “se ha ido corriendo” y cada día llegan más personas

En La Vega el programa de alimentación no recibe ayuda gubernamental, en su lugar una fundación gestiona los alimentos que cocinan empleados regulares del colegio. La organización ayuda también a otros comedores para niños que se han habilitado en espacios comunitarios de Las Mayas y Carapita, en el municipio Libertador de Caracas, sumando en total 240 niños que reciben comida de lunes a viernes.

Vanessa, de cinco años, Jonathan, de tres, y su hermana mayor, de once, comenzaron a ir hace una semana, pasaban por la calle buscando algo de comida, porque en su casa su mamá ya no tenía, y se toparon con una vecina que les dijo que pasaran a la escuela. Al ver a tanta gente decidieron irse, pero rápidamente un voluntario las llamó de vuelta y, aunque no estaban inscritas en el programa, les garantizó sus platos. Desde ese día no han dejado de ir pues tenían una temporada sin comer bien luego de quedarse sin casa y sin escuela por un problema familiar, refugiándose por las noches en el cementerio del sur con su papá.

Como en este caso, la voz “se ha ido corriendo” por el sector y cada día llegan más personas. Al inicio la comida alcanzaba para cubrir a las madres que manifestaban tampoco tener para alimentarse pero ahora las porciones se han reducido, aunque la meta sigue siendo no dejar a ningún niño por fuera. Progresivamente, la fundación ha aumentado la cantidad de ingredientes que facilitan a la escuela para atender a 60 niños adicionales a los 80 que habían previsto alimentar la primera semana.

En Petare se atienden 200 niños diarios para darles desayuno

En el otro lado de la ciudad, unos 200 niños asisten para recibir desayuno en el municipio Sucre. Cada semana en una escuela diferente, la alcaldía da arepas rellenas y jugo a un grupo de estudiantes y vecinos esperando garantizar una comida más en sus estómagos.

Johannys es una de esas niñas que asiste a la escuela Lisandro Alvarado en el Barrio El Campito, pero no lo hace sola, va con dos primos que, al igual que ella, comen dos veces al día. A pesar de llevar toda la semana en el plan, la niña tiene hambre antes de que comiencen las actividades del viernes en la mañana. Johannys acompaña los martes a su mamá para comprar, esa semana fue con ella a hacer la cola antes de entrar y al salir de la escuela, pero no consiguieron nada.

«Ayer le pedí a mi mamá si podía hacernos sopa pero me dijo que no tenía». Su madre es personal de limpieza y su tía, quien hasta hace un mes trabajaba en lo mismo, está desempleada. «La botaron por el aumento», dice Johannys. En su casa esa semana los tres niños se alimentaron una vez más de lo que venían haciendo los últimos dos meses.

Maromas para que la comida rinda

Testimonio Comedor Las Minas-1
Melkis Machado, directora de la UE Adolfo Navas Coronado, dice que es la priemera vez en 27 años que ve una necesidad alimentaria tan grande.

Más allá de la ayuda externa, los padres también han tenido que hacer “milagros” para rendir la comida en sus hogares e inventar opciones económicas que nutran a sus hijos. Las situaciones de adultos que dejan de comer una tanda para asegurar que el niño coma una vez más también se han vuelto comunes.

«Yo he tenido que servirles a mis hijos el caldo del pollo con verduras para que tomen una sopita que los llene más. El otro día la niña me dijo que la había tratado como un perro porque solo pude darle berenjena picada y ella está acostumbrada a comer cosas más completas, con pollo o carne, pero ya no se puede», la madre de Yoseini y Luis Eduardo, que asisten al plan de alimentación en Petare, cuenta que en su casa ha sido muy dura la situación alimentaria y sus hijos lo han sentido. «Yoseini quería estudiar para ser doctora ahora me dice que quiere trabajar en un supermercado para que yo no tenga que hacer cola y traer los productos a la casa».

Algunos
voluntarios  dejan de comprar alimentos básicos para su hogar por ayudar en las escuelas

Edith De Villegas ha vivido una situación similar con sus hijos. Es cocinera voluntaria por el mes de agosto en la Unidad Educativa Adolfo Navas Coronado en Las Minas de Baruta. Allí pasa la mañana y, aunque dice que esa actividad la llena de “felicidad y plenitud”, este trabajo le ha impedido poder comprar alimentos básicos para su hogar desde hace un mes. “Ayer yo no cené, aquí por lo menos mis dos hijos mayores me ayudan y comen conmigo, no ha sido fácil aunque por suerte ellos entienden. Pero el mayor hasta tuvo que comenzar a estudiar de noche y trabajar en la mañana para ayudarme y solo tiene 14 años”.

En esa misma escuela, Melkis Machado, directora del plantel, admite que es la primera vez en sus 27 años de servicio que ha visto esta necesidad. La profesora también ha tenido que hacer maromas para conseguir toda la comida que necesitan.

Aunque reciben dotaciones de la gobernación, la harina, el aceite, la leche y algunas verduras las obtiene como donaciones de mercados vecinos. Su colegio comenzó atendiendo 60 niños y ahora recibe hasta 100, aunque siempre calculan porciones de más porque a los más pequeños les gusta repetir y a las maestras no les gusta decir que no.

En su escuela no solo ofrecen almuerzo, también realizan actividades educativas y culturales para darle un valor agregado a la visita a los espacios escolares. Esta misma idea motivó a los institutos de Sucre a ir más allá y no solo dar una respuesta inmediata a la situación alimentaria, sino ofrecer una serie de actividades a modo de plan vacacional.

“Sentimos que no solo se le ha privado de un derecho a la alimentación a los chicos, sino que también se le ha separado de su condición de niño porque la familia, al no tener condiciones económicas para garantizar una alimentación saludable y frecuente, menos tendrán para poder garantizar recreación”, explica Nahury Escalona. De esta forma, atienden a 200 niños diarios en un programa que rota semanalmente de sede y que planea cubrir ocho escuelas en ocho semanas llevando alimentación y diversión a los pequeños.

Fotos: José Lopez y Mónica Duarte


Si quieres contactar al autor de esta historia, escribe a:  monicaduarte@larazon.net