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La izquierda brasileña y sus contradicciones

El populismo dadivoso, ambiguo y asistencialista de Lula formó parte del neopopulismo latinoamericano que ha impulsado agendas económicas neoliberales


José Rafael López Padrino

El ascenso al poder de Luiz Inácio Lula da Silva, el carismático expresidente del Sindicato de los Metalúrgicos de Sao Bernardo, generó grandes expectativas, pues parecía ser una alternativa real de poder transformador en un país donde de los 174 millones de brasileños, 54 millones de ellos sobreviven con menos de 2 dólares diarios.

La llegada en enero de 2003 al Palacio del Planalto de un líder nordestino de origen popular, supuso un importante recambio en la composición social de las elites políticas brasileñas.

A partir de la asunción de Lula, el aislamiento, la condición de minoría y la lucha contra viento y marea de la izquierda brasileña quedaban en el pasado.

Sin embargo, las esperanzas transformadoras del gobierno de Lula se fueron disipando producto de la combinación de políticas macroeconómicas conservadoras, y de programas coactivos y demagógicos como la «Bolsa de Familia«.

Programas populistas que lejos de romper con el círculo perverso de la pobreza, estaban orientados a crear una relación de patrocinio entre el presidente Lula y los más pobres del país con fines puramente electorales.

A estos desaciertos económicos-sociales se sumó el florecimiento de una corrupción galopante que terminó carcomiendo la base moral del gobierno.

Lula utilizó su carisma para cegar a los brasileños ante la apropiación del aparato estatal por una elite ligada al PT, lo utilizó también para consolidar un electorado cómplice con la corrupción, y permisivo con las violaciones éticas-morales que se daban en su gobierno.

Pretendió transformarse en el segundo “padre de los pobres”, al mejor estilo de Getulio Vargas.

El populismo dadivoso, ambiguo y asistencialista de Lula formó parte del neopopulismo latinoamericano que ha impulsado agendas económicas neoliberales (pago de la deuda externa, flexibilización laboral, trato preferencial al capital transnacional, impuestos regresivos, endeudamiento irresponsable, profundización del extractivismo, etc.) pero maquilladas con un discurso falaz y embaucador a fin de justificar sus fechorías.

Neopopulismo providencial, victimista y corrupto que domesticó y conculcó la independencia de los trabajadores y de los movimientos sociales castrando sus reivindicaciones socio-económicas.

Las masas brasileñas han vuelto a retroceder ante la realidad de un populismo hueco y maniqueo, preñado de desaciertos económicos, y fundamentado en falsas promesas libertarias.

Obviamente el desgaste provocado por 13 años en el poder, junto a los sistemáticos errores y actos de corrupción paraestatal le han pasado factura al PT.

La recesión económica en Brasil ha provocado más de 12 millones de desempleados, la pobreza se ha incrementado, y la corrupción salpica al PT, incluyendo a Lula, a Dilma, así como a muchos otros dirigentes del partido.

Los comicios municipales celebrados el pasado 2/10/2016, tras la destitución de la ex presidenta Dilma Rousseff (31/08/2016), evidencian el peor descalabro electoral del PT en las últimas dos décadas.

El PT conquistó 251 alcaldías, menos de la mitad de las 635 alcaldías que obtuvo en 2012 y de casi desaparecer en las mayores ciudades del país.

Además, considerando las 93 mayores ciudades de Brasil, que tienen cerca del 37 % de los electores, el PT puede conseguir otras cuatro alcaldías en la segunda vuelta, con lo que obtendría menos de la tercera parte de los 17 gobiernos municipales en grandes ciudades que obtuvo en las municipales de 2012.

Además, recordemos que el PT había conquistado nueve capitales regionales en 2004, cinco en 2008, cuatro en 2012 y se quedará con entre una y dos a partir de enero de 2017.

Según los escrutinios, el PT sólo gobernará en Río Branco, en el minúsculo estado amazónico de Acre. El PT perdió hasta en su gran bastión histórico la ciudad Sao Paulo, la mayor de Brasil.

La izquierda brasileña se ha desdibujado ideológicamente y no ha sido capaz de saber enfrentar el gran problema de la corrupción.

El neopopulismo latinoamericano está condenado históricamente al fracaso. Sus contradicciones ideológicas, sus prácticas clientelares, sus abusos confiscatorios a la diversidad, y desprecio a la convivencia democrática lo hacen inviable. Son los fabricantes de falsas esperanzas e ilusiones del siglo XXI.