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El cordón de plata

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Los gobiernos del mundo prácticamente se lavaron las manos con el tema Venezuela


Tamara Suju Roa

Quizá muy pocos de aquellos que me leen, sepan algo sobre el significado del título de mi artículo hoy, que para los metafísicos tiene una especial definición, aquello que une el cuerpo físico del espíritu, de lo astral, del deseo. Siempre hay un ejemplo en las lecturas sobre el tema, el cordón umbilical que une a la madre con el feto hasta su nacimiento por ejemplo.

El cordón de plata al que me voy a referir, con el permiso de los estudiosos en la materia, es aquel que tiene a la opinión pública internacional todavía atada a la tiranía militar que encabeza uno de los peores presidentes latinoamericanos en toda la historia del continente, no solo por su maldad, sino por lo inepto e inútil que ha resultado para resolver los problemas de los venezolanos.

No valen las miles de protestas y manifestaciones que suceden, incluso decenas diariamente, por hambre, porque nuestra gente está muriendo por falta de medicinas, por las necesidades básicas como la luz, el agua, la seguridad, la salubridad publica, y aquellas que se producen por la inseguridad, tema expuesto en reportajes de los periódicos y revistas más importantes del mundo que muestran las cifras de la violencia, que nos colocan como el país más inseguro del mundo.

Tampoco vale que el régimen haya convertido al sistema judicial y al Tribunal Supremo de Justicia en el brazo ejecutor de la persecución, de la legalización de la inconstitucionalidad de sus decisiones políticas, y prácticamente la anulación del Poder Legislativo, censurando y desestimando las decisiones y leyes que la Asamblea Nacional ha pronunciado a pesar de que fue elegida por la mayoría de los venezolanos que enviaron un mensaje claro al votar por los 2/3 de los diputados de oposición, porque Venezuela exige un cambio de rumbo, y lo hizo masiva y pacíficamente el 6 de diciembre del 2015.

Pero más grave aún es que a pesar de que el régimen ha quedado desnudo ante los distintos organismos internacionales de protección de DDHH como la CIDH, las relatorías y grupos de trabajo de la ONU, el propio Alto Comisionado de DDHH, el Secretario General de la OEA, las resoluciones del Parlamento Europeo, entre otros, que han repudiado y exigido el cese de las violaciones de DDHH en nuestro país, como la tortura y los tratos crueles, la detención arbitraria, la persecución política y la liberación de los presos políticos, haya todavía gobiernos que dudan de que esto ocurra y no lo denuncien.

Los gobiernos del mundo prácticamente se lavaron las manos con el tema Venezuela, con la trampa que, ayudados por factores internos y externos, se montó el régimen de Nicolás para que todos le bajaran no digo “dos”, sino “mil” al Referendo Revocatorio y la agenda electoral, única salida democrática que teníamos y exigíamos para salir de la crisis político, social y económica que estamos viviendo. Nos pusieron a 3 expresidentes que la gente común en mi país ni sabe cómo escogieron ni quién los postuló, pero lo que sí saben es que han sido de muy poca o ninguna ayuda real y que sus vaivenes han servido solo para que la comunidad internacional baje su observancia, anuncie a viva voz que confía en que de ese supuesto “diálogo” salgan propuestas para que los venezolanos nos entendamos y que Nicolás y su combo se transformen de lobos feroces a caperucitas rojas y todos vivamos felices para siempre.

Para completar la torta, engañaron al Vaticano, y lo entramparon para mediar con el tema más susceptible, el más humano, el de los presos políticos, con los que el Gobierno mercadea para estirar y aflojar la cuerda cuando le conviene, para prometer soltar a algunos y así crear expectativas y bajar tensiones, y del cual se ha burlado no solo de la buena fe de la Santa Sede, sino de las familias, esposas, madres, hijos de quienes engrosan la lista.   Mientras sueltan a 1, encarcelan a 10 y así van, de mes en mes.

Es entonces cuando uno se pregunta, ¿qué pasa con los gobiernos de América? ¿Qué pasa con los gobiernos que tienen ciudadanos en nuestro país, incluso encarcelados por motivos políticos? ¿Qué pasa con esas cancillerías que tratan todavía a la narcodictadura de Maduro con tanta sutileza y no se atreven a llamar al sistema más opresivo que hemos tenido los venezolanos en más de cincuenta años por su nombre? Y fue entonces cuando me vino a la mente aquel libro que una vez leí hace mucho tiempo atrás, sobre el cordón de plata… pero no por lo sublime del tema al que se refería el libro en sí, sino por el dibujo de su portada. Un cordón que ataba, que amarraba.

El cordón de plata que arrojó Hugo Chávez al mundo, fue tan escandaloso que aún hoy, después de muerto y en este continuismo de régimen que nos oprime, todavía está vigente y funciona. Ese cordón de plata que trajo cientos de contratos y negocios de los cuales quizás en su mayoría poco nos enteraremos, ese derroche del dinero de todos los venezolanos que sirvió para construir carreteras, viviendas, hospitales, plantas eléctricas y quién sabe qué más en muchos países que hoy callan, ese cordón de plata que financió candidatos que hoy son presidentes, que financió partidos o grupos políticos que hoy tienen alguna notoriedad, o que compró conciencias y “simpatías” para que la propaganda de la nefasta revolución del siglo XXI de alguna forma siga vigente.

Los negocios, los financiamientos, la complicidad, el derroche de las riquezas de la hoy empobrecida Venezuela, mantiene todavía esa insólita ambivalencia de la mayoría de los gobiernos del mundo. Podría contar con los dedos de una mano los gobiernos que se atreven a llamar tiranía al régimen de Nicolás Maduro. El cordón de plata ha prolongado la agonía de los demócratas en Venezuela que luchan contra una narco dictadura con lo único que tienen, la Constitución. Nuestro pueblo esta a punto de salir a inmolarse contra las armas que empuña el régimen porque esta desesperado viendo a sus hijos morir de mengua. Quedará para la historia de la humanidad, que quizás sea esto, lo único que rompa ese cordón de plata que mantiene a los gobiernos del mundo inertes, y quizás ya tarde, se atrevan a intervenir con contundencia.