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El paroxismo utilitarista

La novedad esencial de la sociedad burguesa ha sido dejar de referir la producción al consumo, y poner la producción a girar entorno a sí misma


Tamer Sarkis Fernández

Bajo el capitalismo, subsunción del consumo a la lógica Producción / Acumulación / Inversión / Producción…

El capitalismo es la cumbre histórica utilitarista. Todas las clases dominantes anteriores habían puesto a la sociedad a trabajar para su mantenimiento y disfrute. En otros términos, las Relaciones de Producción entonces vigentes estuvieron abocadas a sustentar modos de consumo/gasto insumisos al patrón utilitario. La finalidad de aquel consumo de clase suponía necesariamente la liquidación de los productos y de las fuerzas entregadas. El consumo se afirmaba a la vez como consumación -cumplimiento del uso del producto- y consumición: extinción del uso a través de un consumo que no es inversión, es decir, que no da lugar a pervivencias de rentabilidad. De hecho, la voz francesa consommation remite al concepto de realizarse (en el sentido hegeliano de objetivarse) y unitariamente remite también al concepto de extinción, a ser devorado por el fuego, a desaparecer, extinguirse. Productos y fuerzas quedaban insertos en un fin de consumo/gasto absoluto; no en un fin de consumo/gasto tan sólo relativo.

Bajo el Modo de Producción capitalista, productos y fuerzas devendrán, en cambio, instrumentos invertidos en un proyecto de amplificación de adquisiciones y aprovisionamientos[1]. Las Relaciones de Producción capitalistas son las primeras en la historia no caracterizadas –en su propia racionalidad– por la alienación de la vida de las clases y capas dominadas en pos de que la dominante pueda vivir sin auto-emplearse utilitariamente. El Déspota, el Cacique, el Amo, el Sacerdote, el Noble (su consumo/gasto diferencial) fueron –como clases en su conjunto- el epicentro al que la racionalidad productiva se refería, respectivamente, en el despotismo asiático, en el despotismo incaico, en el esclavismo, en el feudalismo monástico, en el feudalismo señorial. La novedad esencial de la sociedad burguesa ha sido dejar de referir la producción al consumo, y poner la producción a girar entorno a sí misma[i] y en pro de una acumulación de Capital invertida en la acumulación ampliada de más medios y más potentes medios de producción, permitiéndole al capitalista imponerse en su relación competitiva con sus homólogos. En efecto, el capitalismo es el primer Modo de Producción donde el manejo de la producción y de sus materializaciones por la clase dominante, es un manejo alienado, y no únicamente alienante de la sociedad dominada. Pues el producto distintivo de la burguesía –el Capital- no puede ser consumido soberanamente por esa clase. Es decir: no puede ser consumido de manera que desaparezca sin engendrar producto apropiable; consumido improductivamente[2]. El Capital tiene, en cambio, que recaer una y otra vez sobre la producción, siendo invertido en Medios de Producción para así poder ampliar y apurar mercados, tanto como para poder competir en esos mercados donde el capitalista toma presencia mientras otros capitalistas también la toman o amenazan hacerlo. Bajo esta Dictadura del valor auto-valorizándose por medio del consumo mercantil y del consumo característico de la burguesía con el Capital (la inversión de una fracción de aquél acumulado), esta clase no es más que un instrumento útil que consume útilmente el “combustible” de lanzamiento y relanzamiento de una secuencia orientativa, jerárquica y circular: producción/ampliación de los Medios de Producción/ampliación de la acumulación/producción…

A alguien se le ocurrirá argumentar que la vida del capitalista supera en suntuosidad a la del esclavista romano más epicúreo y que las fiestas de los burgueses dilapidan un presupuesto que convierte en toscas celebraciones los banquetes que tenían por anfitrión al aristócrata terrateniente. Este argumento, aparte de ser falso si mesuramos el gasto en proporción a la capacidad de gasto de unas clases y de la otra, sería irrelevante aun si fuera cierto. Porque los efectos en materia de gasto, de los cuales el orden productivo capitalista es condición permisiva, y que pueden perfectamente ser realizados, no obstan para que la racionalidad productiva capitalista esté objetivamente configurada de tal forma que exige la colonización utilitarista de la actividad social. En efecto, Amos y Nobles ordenaron utilitariamente la actividad de esclavos y de siervos. Pero, como en el propio plano del consumo que efectuaban en su condición de clases dominantes, al consumo no le dominaba una racionalidad utilitaria, el umbral de programación sobre la aportatividad de la sociedad dominada era comparativamente laxo (se posaba al nivel de exigencia de mantener a la clase dominante en una vida rica)[3].

En el capitalismo, por el contrario, donde la producción domina al consumo –tanto al consumo interclasista mercantil en pos de realizar la plusvalía, como al consumo/inversión de Capital “particularidad” de la burguesía-, el sujeto cosificado en trabajador debe ser cada vez más y más útil. Y para utilizarlo a él, se le debe habilitar con una formación cada vez más fragmentaria en su asignación al sujeto particular, como cada vez más omnicomprensiva y minimalista en su conjunto como Régimen de saber. Ello precisamente porque, al ser la capacidad social de consumo (en su globalidad mundial) intrínsecamente inferior a la capacidad de producción[4], las dificultades con que topa el proceso de valorización del Capital invertido se agudizarán y se agudizarán a medida que el funcionamiento mismo de la inversión como oxígeno destinado a desarrollar los Medios de Producción, vaya produciendo y reproduciendo la sobreproducción. Este agravamiento de la sobreproducción hace que la condición social a aportar para refrenar la traducción de la sobreproducción en el alza de las dificultades para ampliar la acumulación[5], sea reificar utilitariamente proletariado y a los países oprimidos dándoles en esta dirección siempre un giro de tuerca suplementario de explotación de clase, de expolio nacional y de centralización parasitaria primermundista del Valor y de los capitales valorizables en calidad de componentes integrados en el producto mercantil.

Por tanto, centralidad de los Medios de Producción en la racionalidad capitalista:: inversión en ellos, I + D, renovación, destrucción bélica de aquellos propiedad de la competencia, o destrucción por provocar su obsolescencia. Y no centralidad del valor de uso del producto social apropiado por la clase dominante. Su valor de uso es masivamente utilitario o no es, así que el consumo del producto social apropiado como Capital no es un fin absoluto, sino un fin relativo. Por ejemplo, el consumo de la Renta agraria que en el Modo de Producción esclavista tenía lugar bajo la forma de inversión de producto en la adquisición imperial de la capacidad militar necesaria para la ocupación de nuevos territorios, sí era consumo diferencial de la clase dominante entendido como un acto de clase no-instrumental (fin absoluto). Con esta inversión los Amos se aseguraban su propia reproducción de clase, la cobertura de sus necesidades sociales en un sentido amplio (y no meramente fisiológicas) aparejadas a su Ser social de clase, y vivir una vida más capaz aún y donde pudieran hacer más si cabe que en su vida de Amos antes realizar ese gasto de producto.

En este sentido, la burguesía es la primera clase dominante en la historia que no impera soberanamente sobre el consumo diferencial de los resultados materiales de la producción, pues, a diferencia de aquello que ocurría en los Modos de Producción anteriores, no existe un vínculo directo entre forma característica clasista de consumo, y auto-mantenimiento y disfrute de las condiciones de vida de clase. Con “su” Capital, el capitalista no posee un potencial de vida factible, ya que si algo define al Capital es precisamente ser un dinero cuyo valor de uso es el dinero; producir dinero “a partir de sí” (mediante la explotación de la FT). En la medida en que fuera desviado hacia un valor de uso vital, deja de valorizarse y por tanto de traducirse en Medios de Producción, y con ello deja a su vez de traducirse en competitividad mercantil.

Colonización utilitarista de la actividad social y de las capacidades subjetivas

Ya he dicho que las contradicciones intrínsecas a la racionalidad productiva capitalista (orientada bajo su producto –el Capital- hacia los Medios de Producción), contradicciones determinadas a agudizarse[ii] hasta ser radicalmente negadas por la clase forzada a crearlas con su trabajo alienado Y con su plusvalor enajenado, son contradicciones que se socializan como colonización utilitarista de la actividad social y de las capacidades del sujeto -de sus fuerzas, disposiciones, aportación y empleo social posibles- en una dirección de plus marginal a cada momento suplementario de desarrollo del proceso de acumulación de Capital. Porque son contradicciones que se traducen en unos riesgos de no-reproductibilidad empresarial en su relación de concurrencia con sus homónimas, y en una precariedad reproductiva de la sociedad burguesa a nivel nacional y a nivel total. Epifenómenos sociológicos estos, que demandan un sujeto hiper-funcional tanto en la producción mercantil y demás trabajo correlativo a ésta, como en su actividad “fuera” de ésta, y en las ideologías que debe asumir y practicar.

Ello significa que el sujeto trabajador (proletario o no) debe, en el capitalismo, integrar su actividad de forma que componga con ella un conjunto elemental de rendimientos utilitarios, y quedando así petrificado como trabajador integral. Es un ser que trabaja cuando trabaja; cuando coopera como voluntario; cuando responde al ser llamado a consumir “solidariamente para mantener la Economía a flote”; cuando participa en la propuesta colectiva de “soluciones” de reajuste; cuando participa dotando de legitimidad a los mecanismos de regulación social…

Pero eso es solamente la mitad del asunto. A la par que, en un plano objetivo, queda la actividad social más y más conclusamente reificada en sentido utilitario, lo que incumbe a la esencia de la actividad y a la dirección que la actividad cursa hasta su cometido, hay que tener en cuenta también que el sujeto trabajador está sobreviviendo invariantemente en un mundo-objeto. No sólo es el sujeto la realidad objetivada en tanto que ente reparador de contradicciones y contrapeso humano frente al sobrepeso del que adolece el total mercantil producido en relación a las posibilidades sociales de absorción por consumo. Ese trabajador integral, cuya actividad y disposiciones de conciencia son cosificadas por la demanda autorreferencial del orden social, es un sujeto que, paralelamente a este proceso, tiene él mismo que auto-cosificarse: su identidad, su relación con sus contratantes y “superiores”, su actividad de aprendizaje, de inserción y de rendimiento en el empleo. Cosifica activamente su ser en el mundo –como actor que mide y sopesa su hacer- movido por el cariz específico que posee la piedra angular de su relación social: la subsistencia dependiente de su inserción en el “mercado de trabajo”. Mientras en el esclavismo, las Relaciones de Producción comprendían la propiedad esclavista del esclavo como ser vivo y, en el feudalismo, comprendían la propiedad constante y perpetua[6] señorial o sacerdotal del siervo como FT, las Relaciones de Producción capitalistas excluyen la propiedad del sujeto cosificado en trabajador, como ser con una vida o con una fuerza de trabajo. En cuanto la Economía dictamina que una cantidad o una unidad de fuerza de trabajo es prescindible, y ésta no encuentra empleador, se acabó el seguir reproduciendo esa fuerza de trabajo específica y la de quienes compartan esa situación.

El hecho de que sea “el mercado” –o, dicho más concretamente, la empleabilidad fáctica del trabajo-, la institución social que decide la subsistencia, es un hecho radicalmente distinto a lo que ha ocurrido en cualquier Modo de Producción precapitalista. Porque ni el Amo, ni el Noble, ni el Padre, calculaban utilitariamente el rendimiento de tal o cual esclavo o de tal o cual siervo para alimentarlo o no (en el caso del esclavo), o para permitir o no al siervo que se alimentara de la porción de producción que él gestionaba, en función de una hipotética condición relativa a que les estuviera o no “saliendo a cuenta” ese sujeto. Incluso en medio de crisis de subproducción espantosas, el Amo alimenta a un esclavo devenido anti-rentable como cuida de sus otras propiedades, y, en mitad de crisis de ese mismo tipo, el Noble o el Padre no arrebatan al siervo esa porción de tierra que es suya y de la que come cosechando un producto que no es una mercancía, sino valor de uso para él. El funcionamiento del capitalismo, por el contrario, viene regido por ese cálculo utilitarista, operación cuyo resto viene soplado al oído de los capitalistas por la propia Economía, cuyo funcionamiento objetivo insta al despido, resolución del Capital que sus sirvientes humanos capitalistas no hacen más que ejecutar sin opción.

El mundo del capitalismo: objeto instrumental de casas de comercio vivientes

Explico lo desarrollado en la última sección, porque constituye la base objetiva de que el sujeto trabajador se vea abocado, en el capitalismo, no únicamente a cosificar su medio social en tanto que objeto con el que tratar para hacer frente con éxito al reto de “ganarse la vida”. No le es suficiente con ese encaramiento concreto de su relación con el mundo: ese mismo principio de uso tiene que aplicárselo a sí en su auto-relación y su autoconciencia, ya que él depende de auto-constituirse de tal modo que atesore en sí unas condiciones y unos principios de validez que le den alguna opción en ese reto subsistencial.

En consecuencia, el paroxismo del mundo-objeto es el capitalismo, donde la auto-relación y la autoconciencia del trabajador es dominantemente con un sí mismo objeto al que dirigir, encarrilar, aplicar y empeñar en una “conquista” de una plaza donde le caliente si quiera precariamente el sol de oro metálico del salario. Y no ya solamente con una “exterioridad” objeto de la que tratar de disponer, pues de nada le serviría operar con la realidad acoplándose con ella para articularse provechosamente, si el sujeto carece de contenidos que lo habiliten para el engarzamiento; eso sería como aproximarse a uno una batería energética de colosal potencia, para comprobar acto seguido la incompatibilidad de sistemas y la consecuente ausencia de conducción energética. Que el trabajador sea en el capitalismo su propio patrón y sirviente, no es otra cosa que el epifenómeno relacional de la Institución social del Trabajo Libre; de que tiene que conseguir venderse para sobrevivir. No es que tenga simplemente que venderse. No tiene garantizada fácticamente esa obligación material de venta, ni la condición salarial se realiza automáticamente. Porque el sujeto de necesidades no tiene garantizado el empleo, a diferencia de lo que para el sujeto oprimido bajo los Modos de Producción anteriores habían significado sustracción de producto, esclavitud y servidumbre.

En todas las relaciones colonizadas por la alienación de los productores, no ya respecto de la dirección que hacer tomar a la producción (propiedad real del proceso productivo y de sus elementos materiales conjugados) o respecto del producto, sino por la alienación de los productores en relación a las condiciones de posibilidad mismas para su empleo instrumental por terceros (fuerza de trabajo libre en condiciones de libertad capitalista para contratar o no hacerlo), se manifiesta este modo de auto-relación con centralidad en la autoventa. Sujeto a sí mismo en una escalada objetivamente competitiva de autoformación (y al margen de cuál sea su actitud hacia los demás): matrículas nuevas, reciclaje, idiomas, adquisición y cultivo de contactos y de capital social, auto-informatización, adquisición y auto-habilitación en el manejo de tecnologías de autopromoción laboral, búsqueda de empleo y “conexión con la red mundial de posibilidades”, etc. Así sujeto, el trabajador es objeto de sí mismo tanto en la acepción de “instrumento a rentabilizar mediante su aplicación”, como en aquella otra acepción relativa a su intraversión finalista. Puesto que el Yo ideal fructuosamente formado es, a cada momento, el fin supremo del Yo real que circula en torno a sí trazando un bucle infinito de formación. Esta acepción segunda se refiere, por tanto, a un sujeto-imagen espectacular devenido fin del sujeto mismo (su objeto).

El primero (espectáculo “modélico” del sujeto) jamás está esculpido en piedra. Es, por el contrario, una imagen obsoleta-reciclada al son del curso objetivo de la acumulación de Capital y de cómo va modelando y remodelando su empleo de la sociedad, y, en esa medida, de cómo esa acumulación va modelando y remodelando el Universo de empleos y su oferta, esto es, “el mundo del trabajo”.

El segundo (el sujeto) existe ansiando comulgar con su forma normativa, que no es otra que la forma real que transitoriamente adopta el Yo-espectáculo, así que el sujeto trabajador irá protagonizando, en su forma como tal, las metamorfosis que el ideal de formación vaya consecutivamente ordenando. “El individuo burgués es una casa de comercio” (Amadeo Bordiga[7]).


[1] En realidad, tienen una carencia quienes no reconocen que, en la historia de los Modos de Producción, distribución de la propiedad de los Factores de Producción, desarrollo y uso de Fuerzas Productivas, y racionalidad de la producción forman una tríada en unidad de sentido. Por ejemplo, en el feudalismo el Señor capta para vivir como Señor; y no a fin de enriquecerse intercambiando y reinvirtiendo en la adquisición de nuevas tierras, de tecnología, de I+D aplicada a la productividad de la tierra (modos de cultivo, Inputs como abonos y fertilizantes, sistemas de roturación), etc. Imaginarse esa iniciativa feudal sería un ejercicio ridículo, y, de haber sido así, el Señor habría procedido a apropiarse de los Medios de Producción, insertándolos en una carrera de reemplazamientos consecutivos y de investigación técnica por la optimización de sus usos, y dando, por consiguiente, fin al feudalismo. Fue otra clase quien liberó para ella los Medios de Producción porque sólo gestionándolos podía transformarlos en lo que es su esencia funcional en la economía burguesa: ser medio de producción en última instancia de otros medios físicos gracias a la ganancia invertida. Y estos últimos son relativos a otros, que apuntan a otros…, en una espiral auto-remitente. 

[2] “[…] su propio consumo privado es robo a la acumulación de su capital, al modo como en la contabilidad italiana los gastos privados se ponen en el debe del capitalista respecto al capital” (Marx, 2003).

[3] Por ejemplo, con el feudalismo llegan los primeros calendarios laborales, a los que quedan sometidos los laborantes (laboradores, llamados más adelante labradores). En ellos quedan establecidos y prescritos los cultivos con arreglo a época. Es sintomático, eso sí, que 1/3 del calendario sea festivo, hecho lógico si tenemos en cuenta la importancia concedida al culto, pero que no se explica fundamentalmente por motivos “ideológicos” de reforzar los momentos de dominación. Traduce más bien una ecuación de suficiencia entre Renta señorial necesaria y trabajo. Así mismo, el Señor fragmenta la tierra con arreglo a una y otra cosecha, que distribuye selectivamente. Pero se trata de una distribución que no resulta de calcular qué tierras, por sus características, extensión, relación con la incidencia del sol, etc., son óptimas para tal o cual cultivo, y, a la inversa, qué cultivo conviene más y cuáles menos. Sus tierras son para él como aquéllas de Jauja, de las que brotaban los alimentos, y así habrá de ser según lo que a la tierra dicte su capricho, su ánimo de agasajar a otros Señores durante un banquete o a través del don hecho llegar a otros feudos, etc. 

[4] Lo contrario, o la igualdad producción/consumo en lo que respecta a la asimilación social del producto, sería absurdo medido desde la racionalidad capitalista. Porque exigiría la dotación, al proletariado mundial, de una capacidad de consumo en dinero equivalente al valor que él produce (o al valor del que es enajenado a través del expolio orquestado por el campo imperialista) y que puesto en el mercado se expresa en el precio de la mercancía. Así que no existiría ganancia a acumular y reinvertir porque no habría plusvalía, al ir a parar el PIB a manos de quienes producen su valor. Si al proletariado se le pagara por el Valor global por él producido (sumado al Valor que se le arrebata), entonces no habría leit motiv para la invasión, ni para la inversión, ni para la exportación de capitales o para la desconcentración de la producción con arreglo a tramos, ni para los bloqueos ni los embargos, ni para la violentación de órdenes institucionales y el forzamiento a cambios jurídicos y legislativos, el derribo de Gobiernos, etc. Plusproducto –procedente de la explotación- y capacidad de plusconsumo (a disposición del explotador, bien sea un capitalista tradicional, un burgués asalariado o un trabajador cuyos ingresos reflejan su apropiación del plustrabajo proletario) son, ambos, polos mutuamente inextricables y conformadores de la dialéctica Mundo imperialista versus Mundo proletario.

[5] Y al revés: sobreproducción y caída de la Tasa de ganancia se remiten mutuamente, siendo causa y efecto recíprocos.

[6] Constante porque el siervo debe trabajar cuando es llamado a rendir servidumbre. Y perpetua porque, hasta que ciertas condiciones de pago o de mérito sirvieran para romper el Contrato de servidumbre, el siervo tiene su fuerza de trabajo enajenada en un Noble o en un clérigo particular, no pudiendo ponerla a disposición de cualquier otro, a diferencia de lo que supone la Institución social capitalista del Trabajo Libre.

[7] Fundador del Partido Comunista de Italia. Enemigo radical de la participación de la fuerza proletaria en elecciones o de votar a un mal menor entre los partidos burgueses, así como de canalizar el mínimo esfuerzo político hacia o desde los parlamentos de la democracia. Radical enemigo, también, del frente-populismo interclasista. Desde una concepción “endo-generativa” y “endo-proyectada” del partido tanto en lo que se refiere a su desarrollo interno como a su relación con el proletariado durante el estallido del proceso revolucionario y sus estadios iniciales (relación de referencialidad), fue opositor y crítico de la pauta leninista en materia de actividad durante la vida de la III Internacional.

[i]  El reflejo moral de Modos de Producción anteriores consistía en relativizar la importancia de lo útil. Y en subordinarlo tanto a lo ético aunque resultara desútil, como al deseo y a la pasión aunque arruinaran el bienestar y la “paz” con los demás y en el mundo. Esto se explica por la conciencia de distinción en unas clases dominantes que pueden vivir más allá de rendir tributo a la utilidad, a costa de que los demás estamentos o castas no puedan. Su jerarquía aristocrática de valores es la sanción de esa libertad de vida como superior respecto de los modos de existencia alternativos. Impuestos, estos últimos, de forma que los atrapados en ellos no pueden permitirse el lujo de ser reales (aristoi en su significado primigenio) y actuar éticamente manifestando su oposición relacional esencial con quienes les dominan, porque ello no les sale a cuenta.

   Por el contrario, la burguesía pone la utilidad como valor supremo en lo que es el reflejo moral de que tanto su actividad de clase como el gasto que haga de su patrimonio particular de clase deben permanecer suscritos a la utilidad o el burgués empieza a desequilibrarse de la palestra que comparte a codazos con otros de su clase. Téngase en consideración que la clave donde yace el sentido de los valores es cómo vive el grupo social, y el valor de esa vida que los origina. En esta cuestión este funcionamiento se ve con claridad: la Aristocracia vivió trágicamente (vida y tragedia son el mismo significante en el griego de la Grecia pre-clásica) y si valoraba como lo hacía, ello no era porque esa jerarquía le fuera precisamente rentable…; siendo así que a menudo obrar según su ethos provocaba un maremoto destructor al que no por ello dejaba de considerar sagrado (contra cualquier blasfemia contra su moral que pudiera ser vertida desde una valoración pragmática de sus consecuencias, la Aristocracia griega crea a los dioses griegos, a quienes atribuye ser la fuente de inspiración de la hybris, divina ceguera). Así mismo, la burguesía sí tiene que vivir rentabilizándose y rentabilizando, al no ser como clase más que una función humana en un sistema ganancial, de modo que su moral tiene idéntico sentido al de la vida de que esa moral forma parte. Con lo que su producción del valor de la utilidad es ella misma un acto utilitario (traduce la conveniencia material de su preeminencia).  

 

[ii] Dicho escueto y llano: la competencia determina a tener que vender más y tomar posiciones ventajosas en los mercados (en el pasado, a inaugurarlos, aunque poco queda ya por hacer en esta materia llegados al estadio capitalista actual). Para ello hay que invertir en Medios de Producción, lo que se traduce en una disminución del Capital Variable (fuerza de trabajo) y un aumento de la proporción de Capital Constante empleado en la producción, así como se traduce también en una disminución del tiempo de trabajo socialmente necesario para la producción mercantil. Eso quiere decir, en otras palabras, que el valor producido disminuye, lo que sólo puede quedar compensado incrementando la capacidad de realizar plusvalía en el mercado. Lo último exige producir más, y ello, por su parte, una inversión adicional en Medios de Producción que supone una nueva disminución del valor contenido en cada mercancía, y así sucesivamente. La sobreproducción determina la búsqueda de implantación comparativamente ventajosa en más mercados frente a la competencia, lo que es tanto como decir que se determina a sí misma, porque desencadena el aumento cuantitativo de las mercancías, algo imposible sin que los capitalistas inviertan en Medios de Producción, provocando de esa forma que caiga la Tasa de ganancia, caída que exige vender más cantidad y por tanto estimula a seguir sobre-produciendo…

   Como se puede apreciar, no tiene sentido diferenciar entre sobreproducción y caída del valor contenido en la mercancía como si “un proceso” fuera causa y “el otro” consecuencia, ni jerarquizar por orden de profundidad en relación a la esencia de la racionalidad productiva capitalista. Si los marxistas que ponen el acento analítico en la sobreproducción recalcan que ésta es intrínseca al trabajo salariado, pues el salario no permite al proletario consumir la totalidad del valor producido (en este sentido, la producción mercantil capitalista es per se sobreproducción), los marxistas que adjudican mayor importancia a la caída de la Tasa de ganancia pueden señalar que la propiedad central del Ser social de la burguesía es la competencia entre capitalistas, y que ésta es per se caída del valor añadido en la producción y portado por la mercancía, ya que la competencia determina el desarrollo de las FF.PP. en un sentido preciso de disminución del tiempo de trabajo y disminución de la proporción de FT empleada en la producción mercantil, lo que disminuye la valorización del Capital entrante en el proceso productivo. En relación a ello, resulta acertado parafrasear una metáfora que Mao empleara para una cuestión distinta y hacer notar que, si las personas no nos planteamos una dicotomía de con qué pie caminar, sino que los integramos a ambos en un movimiento unitario, el análisis revolucionario debe también saber “caminar con los dos pies”.