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La insuficiencia de la insumisión dilapidante

Así como en la economía “general” el consumo tiene la doble faz aprovisionamiento utilitario/gasto improductivo, esa dualidad también habría de portarla consigo la producción


Tamer Sarkis Fernández

Ciertos filósofos sociales y antropólogos hicieron hincapié en las resistencias, abstinencias, disidencias, disentimientos interpuestos frente un supuesto imperativo de conveniencia subsistencial, y contra el que cabe insumisión. Dichos pensadores dieron por sentado (desde una miopía de perspectiva) que la producción es una actividad social cuyo sentido se libra en la arena de la pragmática de ventajas sociales[1], y que es a partir de ahí que hay que entender las participaciones concretas de sujetos y clases. Gratuidad y don han caído, mientras “el lucro y la utilidad los reemplazan” (Alain de Benoist en el mismo número, El burgués: paradigma del hombre moderno. De Benoist, 2001). Esta substitución de sentido habría de explicarnos porqué “el crecimiento ilimitado de la producción se ha convertido –para todos los contadores- en el objetivo central de la vida humana”.

De este modo, en lugar de ser explicada la hiperproducción como una espiral agitada por los brazos de la competencia, la escasez relativa de mercados y la necesidad de paliar los efectos de la caída del Tiempo de Trabajo y de la proporción decreciente de Capital variable, parece resolverse el dilema con la denuncia de una oscura alianza de ideas utilidad-producción, habiendo de ser la primera el Espíritu de la segunda y, por tanto, responsable del productivismo al haber cobrado primacía en las almas. Cabe preguntarse entonces porqué el Capital deserta de un sector productivo y posa sus inversiones en otro más rentable sin importarle el hecho de “arrebatarle al mundo” determinado valor de uso, en lugar de mantener la Unidad de producción y repartir sus mercancías por apego a ese patrón utilitario generador de un “productivismo ciego”.

Por citar a algunos entre los decisivos, Bataille, Caillois o Leiris[2] pensaron la relación social con el producto social, con los bienes y los recursos, como algo que no necesariamente está dirigido por patrones de gestión, provisión, adquisición o empleo ventajoso de un valor de uso, sino como prácticas que pueden ser de gasto improductivo, derivadas de una negativa a tener que resistirse servilmente a la pérdida –derivadas de una rendición gozosa a la pérdida. Ese descondicionamiento valoriza la experiencia de sí del grupo social –en lo subjetivo- y valoriza la existencia objetiva al traducirse en una multiplicidad de prácticas sociales se entiende que conjuradas, debilitadas, hechas impensables… precisamente por la fuerza estructurante que posee el orden de la producción.

En definitiva, esa crítica no rompió del todo con la epistemología dominante, pues, si bien es capaz de pensar la posibilidad de la socialización del producto en tanto que gasto improductivo, sigue a pies juntillas en la línea de conocer la producción monolíticamente como un ámbito de realidad cuyas fuerzas fundadoras y motrices –y por tanto atributivas del sentido de las prácticas sociales de producción- son fuerzas pertenecientes al terreno de lo instrumental. Se remiten estas prácticas entonces al terreno de la necesidad: producir es una reacción al imperativo subsistencial, a imagen y semejanza del sentido real del trabajo asalariado: instrumento de mera supervivencia en un orden donde el producto alienado exige valor de cambio dinerario para tornarse consumible al proletario.

No puedo dejar de citar la notable excepción: aquel conjunto de prácticas, que son efectivamente de tratamiento de materia, de su manipulación, de la transformación de ésta, de su acondicionamiento, preparación, recepción de atenciones… a las que Bataille nombra con su concepto de “sacrificio” perfectamente apegado al sentido etimológico latino (sacer facere: producción de objetos sacros). Extracción de objetos, dotados de especial valor de cambio inter-comunitario, respecto de su itinerario mercantil potencial, para ser enterrados, abandonados o aniquilados junto con el cuerpo muerto; hundimiento en ríos de tablillas de cobre que poseen función de estándar de valor; producción totémica como representación materializada del animal encarnando la insumisión a regir y a definir instrumentalmente la vida social y sus prácticas; aniquilación de personas y animales consagrados; extracción de objetos respecto de su itinerario de uso y deposición con el muerto; incendio de poblados; puesta en reserva de sobrante para su dilapidación desútil; producción de producto ya a priori fijado como exento de servir en itinerarios de consumo/uso utilitario, y que será objeto de gasto sin objeto, o destruido; etc.

Con todas estas prácticas, el grupo humano “rescata” a la vida social de su subsunción en el circuito de la utilidad y el sujeto social ennoblece su experiencia de sí ética. Pero esta “producción excepcional” no hace sino encajar en calidad de práctica de “transgresión” de “la profanidad” que pondría en suspenso y a la vez confirmaría el hecho de producir batailleanamente teorizado como perteneciente al orden de lo “servil” (Bataille, 1970). Ello desde el momento en que constatar la facultad humana adquirida de pre-figuración y auto-avance ideal del objeto, le sirve a Bataille para inferir que la actividad genérica de producción se da inspirada por el objeto reduccionistamente catalogado como “útil” y dirigida hacia la procuración de éste –por ejemplo, un Medio de Producción como una lasca.

¿No se habrá tragado la verdad del trabajo asalariado –particular-, a una verdad distinta de la producción, que sin embargo aparece identificada con el sentido del trabajo en el plano invertido de la ideología? Siendo el trabajo asalariado una institución social perteneciente a un Modo de Producción, ¿cómo podría el hipónimo retratar al hiperónimo, que por definición lo desborda? En otras palabras: al margen de la verdad referente a que la producción se funda sobre expectativas y necesidades –de reproducción social, de subsistencia, de clase- y que por tanto es un medio y el signo de los seres humanos como Homo faber, quienes son capaces de generar, y no tan sólo de obtener, medios de vida y los medios de su producción, ¿ello agota la verdad de la producción y por tanto cuanto de ella puede decirse? Obviamente se trata de la práctica social proyectiva y efectista por excelencia, cuyo sentido estriba en la persecución de frutos, y en ello confluyen marxistas, funcionalistas, ecólogos humanos, materialistas culturales y teóricos de la acción racional.

Pero, ¿no es más que eso? Igual que otros han hecho ya con el uso de los recursos, en el que vieron dualidad (“uso” como empleo “económico” en el sentido estrecho y como dilapidación que no espera ventajas), y han hecho también con la energía vital fuera del contexto de la producción (la energía vital pensada como algo que disiente de ser objeto de empleo y se encamina soberana a la pira de la auto-dilapidación de fuerzas), me pregunto si no es pensable el sentido de la actividad productiva –sus fuerzas generadoras y motrices- en términos también de gasto improductivo, y no unívocamente en términos de actividad aplicada para la obtención de lo que fuere.

Mi propuesta consiste, pues, en pensar la producción de los medios de vida. Y, con ella, pensar la producción de las condiciones objetivas de existencia, como una realidad que emana también de una fuerza que arrastra a los sujetos a la auto-consumación energética y a su extinción, y que no se proyecta necesariamente hacia un blanco cualquiera de obtención, por más que produzca efectos objetivos, entre ellos, cómo no, el de reproducir a los sujetos sociales.

Llevar al final esa otra lógica epistemológica no instrumentalista supone aplicarla a la crítica incluso de eso tenido por “principio”[3], según el cual, no tal o cual organización social concreta adoptada sobre la producción, sino el hecho social mismo de producir medios de vida, tiene que ver exclusivamente con una ontología social de auto-reproducción estructurante de las prácticas sociales. Y este acto crítico debería traducirse en pasar a tratar la producción como algo abierto a tener que ver también con tendencias, vivas en el sujeto social, al gasto y a la “dilapidación” –no necesariamente total- de uno mismo. Tendencias que se manifiestan no sólo fuera de la producción -en lo que George Bataille (1996) llama “humanidad soberana”-, sino produciendo –autogastándose, desprendiéndose de uno mismo. Produciendo no bajo el impulso de una teleología de supervivencia únicamente, sino en una bidimensionalidad reproducción/don. Así como en la economía “general” -el concepto de economía propuesto por Bataille (1996)- el consumo tiene la doble faz aprovisionamiento utilitario/gasto improductivo, esa dualidad también habría de portarla consigo la producción, esta vez en forma de (A) producción para la reproducción (practica social instrumental)/ (B) producción como práctica del (auto)don y del (auto)gasto –del (auto)consumo en un sentido de consumación.

Es cierto que, así como cabe consumir improductivamente, no cabe producir improductivamente. Pero ese efecto productivo debería verse ahí; en el orden de los efectos. Y no necesariamente como la carga de sentido que conlleva en sí el acto social de producción, que puede tener que ver, más que con la consecución de una rentabilidad particular o social, con la negación práctica del principio de reserva, de auto-acumulación, así como con la desatención al beneficio propio de ahorrarse (uno a sí mismo).


[1] No es preciso remontar los tiempos: nombro una revista surgida de un “Manifiesto contra la muerte del espíritu y la tierra” con el que un grupo de intelectuales declara la guerra a la estructuración utilitarista dela vida social en el ámbito europeo. La revista es homónima del manifiesto, de tirada actualmente viva y fundada en 2001. “La utilidad de las cosas; el provecho que, para su existencia material, el hombre extrae de los objetos que fabrica o de las cosas que en la naturaleza se presentan por sí mismas: tal es nuestro valor supremo; el único, en últimas. […] Todo son productos y artefactos como ese otro artefacto en que se ha convertido la ciudad […]” (Portella, 2001). Parece que la Idea de producir rendimientos se objetivara en sociedad encarnada en una hegemonía de “el producir” (“productos”, “artefactos”, estructuras asistenciales urbanas, etc.): producción, reflejo fiel del principio de utilidad; productivismo, reflejo fiel del alma utilitarista. Mostraré en mi tesina la falsedad de esta secuencia de sentidos, ya que la utilidad es fuerza que se ha adueñado y posee a la producción sólo en la medida en que producir ha ido dejando de ser donarse tanto como donar –sacrificar- valores de uso ya funcionales, en la pira que el acto de crear sucesivamente otros objetos constituye (objetos no necesariamente más útiles que aquellos puestos en extinción social).

[2] Bataille, 1967, 1996, 2002; Caillois, 1950; Leiris, 1996.

[3] Marx (2004) lo había expresado grosso modo afirmando que, para procurarse la subsistencia, seres humanos concretos, es decir, en el marco de unas condiciones objetivas conformadoras de sí mismos y acotadoras de sus posibilidades materiales de organización económica, entran en determinadas relaciones de producción, y que de esta estructuración social de la producción derivan las demás dimensiones y prácticas sociales.