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¿Qué pasó por la cabeza de José Tadeo Monagas el 24 de enero de 1848?

DIEGO BAUTISTA URBANEJA*

Lo que voy a decir sobre lo que pasó por la cabeza de José Tadeo Monagas el 24 de enero de 1848 es bastante sencillo. No creo que se necesite hacer una radiografía demasiado profunda, ni siquiera imaginaria, del cerebro de José Tadeo para saber qué pensó aquel día. Pero primero, recordemos que el 24 de enero de 1848 debe ser la fecha, quizás como el 19 de abril –se me ocurre–, cuyo acontecer menudo ha sido más estudiado: ¿qué dijo quién?, ¿qué pasó?, ¿quién sacó el puñal?, ¿a quién mató?, ¿quién disparó?  

Posiblemente no ha habido una fecha sobre la cual se haya hecho un esfuerzo de reconstrucción tan minucioso, pues fue un acontecer extremadamente confuso donde, como acaba de señalar Elías Pino, no se sabe con certeza quién dijo qué, ni quién disparó primero, ni tantos otros detalles esenciales para la reconstrucción que se ha pretendido. Como muestra, veamos lo que pasa con una frase muy famosa del  24 de enero: “la Constitución sirve para todo”.

Esta tiene, –que yo haya leído– por lo menos, tres autores posibles: uno es el mismo Monagas, otro es Lucio Pulido y el otro Diego Bautista Urbaneja. ¿Quién la dijo? Depende de qué fuente leyó usted. Si con esa frase tan famosa, con esos tres prominentes posibles autores, hay tal confusión, imagínense ustedes con lo demás. Quiero reconocer el esfuerzo casi heroico que hizo Rafael Castillo Blomquist –quien lamentablemente abandonó el oficio de historiador– por tratar de reconstruir minuciosamente lo que aconteció el 24 de enero de 1848. Castillo Blomquist tiene un libro que les recomiendo muchísimo, José Tadeo Monagas: auge y consolidación de un caudillo, su tesis del Doctorado en Historia en la Universidad de Oxford; un libro estupendo, donde se dedica un largo capítulo a ese episodio. El 24 de enero, como acaba de recordar Elías Pino Iturrieta en varios pasajes de su intervención, ha sido objeto de enfoques extremadamente moralistas o juridicistas; como si aquello hubiese sido un crimen, no en el sentido positivista de un producto de las circunstancias que se vivían, sino un crimen en el sentido moral: una cosa perversa, malvada; o, en sentido jurídico, una violación de la separación de poderes, la invasión de un populacho dirigida por el Ejecutivo contra el Poder Legislativo, una muestra más de nuestro primitivismo constitucional de entonces.

Veamos lo que podríamos llamar “la estructura de la situación”. Los datos básicos son muy sencillos. El 20 de enero de 1848 iba a reunirse el Congreso, un Congreso de mayoría conservadora y elegido bajo la hegemonía del paecismo. Después de varios intentos, logró reunirse finalmente el día 23 para atender la demanda contra el presidente de la República, interpuesta por la Asamblea Provincial de Caracas por diversas violaciones a la Constitución.

El objeto de las primeras deliberaciones era aprobar, en la Cámara de Diputados, el traslado del Congreso de Caracas a Puerto Cabello, una región segura, pues Caracas estaba dominada por lo que llamarían ellos “las turbas liberales”. Efectivamente, resolvieron el traslado a Puerto Cabello y le notificaron al Senado para que tomara la misma decisión. El Senado no lo hizo porque ahí estaba Estanislao Rendón, un senador liberal que hacía lo que se llama filibusterismo parlamentario”, es decir, hablaba durante larguísimo tiempo para que el órgano no pudiera decidir sobre la propuesta de la Cámara de Diputados.

De acuerdo con la Constitución, si la Cámara de Diputados declaraba con lugar la acusación de la Asamblea Provincial de Caracas, esa acusación pasaría al Senado, el cual se erigiría en tribunal del presidente de la República. Era prácticamente seguro que Monagas sería condenado por tal tribunal, ampliamente conservador; iba a ser destituido y el período constitucional lo completaría el vicepresidente de la República, Diego Bautista Urbaneja.

No obstante, se pensaba que a Urbaneja también lo iban a enjuiciar, pues en sus últimas evoluciones políticas se había puesto del lado de Monagas. Por lo visto, Urbaneja era una persona sumamente hábil para ubicarse políticamente –aunque no me quede muy bonito decir eso de mi antepasado–. De acuerdo con Castillo, existía la posibilidad de enjuiciar a Urbaneja para que el segundo del Consejo de Gobierno, José María Vargas, conservador indomable, se encargara de la Presidencia.

Eso era pues lo que tenía Monagas delante: la Cámara de Diputados se iba a reunir para decidir su traslado a Puerto Cabello, se iba a ir hasta allí, iba a aprobar la demanda que había contra él, se la iba a pasar al Senado y este lo iba a destituir.

Entonces, vamos a la cabeza de Monagas, cosa que en este caso es muy sencillo hacer. Quiero que alguien me diga: ¿qué José Tadeo Monagas de este mundo va a dejar que eso ocurra? Y cuando digo José Tadeo Monagas de este mundo le doy a la expresión todo el peso posible, porque ese José Tadeo Monagas no era cualquier cosa: era el general que conocía muy bien cómo se batía el cobre en el país, que 12 años antes hizo el pacto de Pirital con Páez y pasó así, junto con Páez, por encima del presidente –Vargas precisamente– y de cuanta institución hubiera. Ese Monagas va a decir: “¿Un Congreso venezolano me va a destituir a mí? ¿Un Congreso venezolano, compuesto por unos “correveidile” de José Antonio Páez, con quien yo hace unos años hice un pacto pasando por encima de todos, me va a destituir a mí? ¿Me voy

a someter a una legalidad y una institucionalidad que yo sé en qué consisten y cuál es su respaldo real –Páez y su fuerza bruta–? Entonces, yo lo que tengo que hacer es evitar que eso ocurra. ¿Y qué tengo que hacer para eso? No mucho.

Los ánimos están bastante caldeados entre los sectores conservadores y liberales. “Hace cuatro semanas el general Juan José Flores intentó que José Antonio Páez y yo nos reuniéramos en Las Cocuizas y yo le dije que estaba enfermo, y realmente sí estaba enfermo, y pues dejé a Páez esperando, lo cual tiene a los conservadores ardiendo de la ira. Lo que tengo que hacer es crear una situación donde algo pase, no mucho; que se acerquen las milicias de reserva por Caracas, que merodeen, que se reúnan unos grupos de partidarios míos cerca del Congreso y que la dinámica del enfrentamiento fluya. Los conservadores van a reunirse, quizás van a llamar a su guardia bajo el comando de algún godo, van a venir los niñitos de Caracas con sus pistolas a las puertas del Congreso y, mientras tanto, los grupos liberales allí tomando, gritando y agitando. ¿Qué va a pasar exactamente? No lo sé, pero algo va a pasar. Ojalá no pase nada grave porque allí hay amigos míos. Santos Michelena, por ejemplo”.

Tengamos en cuenta que esta era una sociedad muy pequeña, donde toda la élite se conocía. Hay muchas anécdotas que revelan eso. Por ejemplo, cuando a Juan Vicente González, quien era diputado, la pluma conservadora más agresiva del momento, y un hombre muy gordo, lo iban a matar -pues aparentemente corrió peligro de muerte en estos eventos- hay una versión que cuenta que el general Santiago Mariño se interpuso; y otra anécdota relata que Juan Sotillo, uno de los más rudimentarios jefes liberales, pegó un grito diciendo: “A tragalibros no, que ese es el que me enseña a los muchachos”. Todo el mundo sabía que tragalibros era el profesor de casa, el maestro de los muchachos.

José Tadeo Monagas conocía a todo el mundo en el Congreso, muchos de los que allí estaban eran amigos suyos. Santos Michelena tuvo la mala ocurrencia de venirse de Maracay porque, según cuentan, dijo que no se quería perder “ese dieciocho brumario”. Recibió una puñalada y murió a los pocos días. En todo caso, lo que quiero decir es que Monagas pensaba “que se reúnan allí los grupos y algo pasará, que las cosas transcurran como tienen que transcurrir. Que vaya Sanabria al Congreso, que algo pasará con él, a lo mejor le dan un pescozón y si se lo dan, entonces alguien entrará y le meterá un navajazo a alguien y se acabó el problema”.

Y eso, con mucha mayor gravedad, fue lo que pasó. José Tomás Sanabria, ministro del Interior, en efecto fue y no lo dejaron salir. Gritos, amenazas. Frases que pasaron a la historia: “yo no peleo enchiquerado”, “no ensucies el Congreso con la sangre de este canalla”. Aparecieron unos tiros, unos muertos y a correr todo el mundo. Castillo, a quien sigo mucho en esto, especula que después que ocurrió todo se reunió José Tadeo Monagas con su gente, sus ministros y sus asesores más cercanos; lo mismo dice Antonio Guzmán Blanco, quien tiene en su libro En defensa de la causa liberal una narración que se tiene por discutible. Considero que el hecho de que haya tenido lugar esa reunión y ese cambio de pareceres, después de los acontecimientos, indica que en realidad no había nada mayormente planificado porque no se sabía lo que iba a pasar. Simplemente, José Tadeo Monagas creó o favoreció un escenario donde algo pasaría y lo salvaría a él de la suerte de tener que enfrentar un juicio que lo iba –con toda seguridad– a destituir.

La salida a la crisis tendría que haber sido extrainstitucional, como la conversación de Las Cocuizas o aquel pacto de Páez y Monagas en el Pirital. Por cierto, es interesante que el primero tuvo dos conferencias fallidas en su vida, ambas importantísimas: la de La Victoria, que hubiera sido con Antonio Leocadio Guzmán y donde también, a lo mejor, se hubiera encontrado salida a la crisis producida por el auge del movimiento liberal, y la de Las Cocuizas que no se dio. Entonces, si no había una salida intracaudillesca, un pacto de jefes de facto, lo que quedaba era que pasara lo que pasó.

A lo mejor, hubiera podido pasar otra cosa, quizás las fuerzas conservadoras del Congreso hubieran entrado en la casa presidencial y matado a Monagas. Eso hubiese sido otro tipo de solución, equivalente –digamos– a la que ocurrió. Para finalizar, puedo decir que tengo de Monagas y de la década monaguera la opinión más negativa, comparto la de la gran mayoría de los historiadores venezolanos. Pero en ese caso concreto, José Tadeo Monagas hizo lo que cualquier José Tadeo Monagas hubiera hecho. Eso es sobre lo que quería reflexionar y de paso subrayar la importancia que tiene la existencia de salidas institucionales que permitan afrontar dilemas de este tipo.


*Abogado por la UCV y diputado al Congreso Nacional (1999), es profesor fundador de la Escuela de Estudios Políticos de la UCV, donde dictó las cátedras de Historia de las Ideas Políticas y Sistema Político Venezolano. Fue investigador del Instituto de Estudios Políticos de la UCV, Andrés Bello Visiting Fellow en el St. Anthony’s College de la Universidad de Oxford, y profesor invitado en esta misma institución.
Fue director de El Diario de Caracas, y ha sido columnista en los diarios El Universal, El Nacional, y El Carabobeño. Desde el año 2000 conduce el programa La Linterna, en Radio Caracas Radio. Es Individuo de Número de la Academia Nacional de la Historia, y entre sus publicaciones destacan: Pueblo y petróleo en la política venezolana del siglo XX; Bolívar, el pueblo y el poder; El gobierno de Carlos Soublette o la importancia de lo normal; La política venezolana desde 1958 hasta nuestros días; y La renta y el reclamo: ensayo sobre petróleo y economía política en Venezuela.