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Manuel Malaver: ¿Qué pasó en el Fuerte Paramacay?

fuerte Paramacay

Lo que se mantiene en la bruma son las preguntas de si, los atacantes contaron con el apoyo de tropas y oficiales del cuartel, si más que de una acción externa con apoyo interno fue lo contrario


Manuel Malaver

Cómo soy uno de los pocos —o quizá el único— periodista y formador de opinión venezolano convencido de que la actual confrontación política nacional conducirá a una guerra civil de cualquier intensidad, pues me he tomado con especial interés los sucesos ocurridos el domingo pasado en el Fuerte Paramacay de Valencia, estado Carabobo, ya que, documentan una tesis que, con mucho dolor, debo admitir se cumple paso a paso.

En otras palabras que, arribados sin resultado a los primeros tres meses de la agenda en que dictadura y oposición se midieron en la calle con miras, la oposición de presionar al régimen “a negociar”, y el régimen de convencer a la oposición de que no era “presionable” —con un saldo de 110 jóvenes opositores asesinados, 4000 heridos y 600 detenidos—, pues se ha pasado a la siguiente fase en la intensificación del conflicto: una acción militar de parte de fuerzas opositoras contra la “41 Brigada Blindada” del Ejército en Valencia, Carabobo, el Fuerte Paramacay, del cual se sustrajeron un número importante de armas y equipos que, no dudo, serán usadas muy pronto en operaciones de mayor calibre.

Debo admitir que, se trató de un hecho de guerra aun no suficientemente aclarado en su aspecto táctico, si bien, ya las partes, atacados y atacantes, dejaron versiones corroboradas por terceros de que, comprometió a un grupo de oficiales y civiles opositores que en la madrugada del domingo 6, logró entrar al Fuerte, vencer las resistencias si las hubo, proceder, literalmente, a saquear el arsenal y, después de horas, retirarse, luego de un breve a choque a la salida que, produjo un saldo de dos soldados muertos y siete “ocupantes” detenidos.

Lo que se mantiene en la bruma son las preguntas de si, los atacantes contaron con el apoyo de tropas y oficiales del cuartel, si más que de una acción externa con apoyo interno fue lo contrario, una acción interna con apoyo externo y si, más que en presencia de un intento de la calle de tomar un cuartel, estamos viendo a los hombres de los cuarteles, tomando la calle.

Incógnitas que solo se despejarán en los próximos días, semanas o meses, y para lo cual, se hará necesario la evidencia de que, fuerzas armadas opositoras ataquen a las del régimen, y estas, a su vez, instrumenten algún tipo de repuesta.

De modo que, “por ahora”, debemos conformarnos con la versión de los jefes de la “Operación David” (que así se llamó la acción contra el Fuerte Paramacay), el capitán (GN), Juan Carlos Caguaripano, y los capitanes, Javier Nieto Quintero y Juan Carlos Nieto Quintero (este último preso en el Sebín desde el 2007 acusado de promover un golpe de estado), en el sentido de que, estamos ante el primer intento por empezar a dotar de armas a un grupo opositor para iniciar una ofensiva militar contra la dictadura; y la oficial, la del gobierno de Maduro, de que solo se podía hablar de un “acto terrorista” contra una instalación militar que había fracasado sin mayores consecuencias.

Sin embargo, más allá de los hechos aparentes y de las versiones que generaron, es indudable que nos encontramos ante un suceso cívico-militar nuevo en la confrontación dictadura-oposición, destinado a suscitar una dinámica diferente en la política que hemos conocido hasta ahora y que, sin duda, incidirá en el corto plazo para que podamos situarnos frente al mapa de la crisis que nos depara el futuro.

Lo primero que debe anotarse al respecto es que -al igual que la asonada golpista del 4 de febrero del 92, liderada por Chávez-, estamos frente a una acción militar cuartelaria que empezará (ya empezó) a incidir en la agenda política opositora, cuyos partidos, verán mermar su influencia en la sociedad civil que ahora opcionará por una de dos estrategias (o las dos): la de los civiles o la de los militares.

Tal situación ya se está viendo en la forma como se está comportando la calle que, se está enfriando, no solo porque el llamado “ejército de la resistencia” no comparte la política de participar en las elecciones regionales, sino porque percibe que, un nuevo ingrediente, la acción militar contra el régimen, es más oportuna y eficaz para derrocar la dictadura.

La popularidad que de repente han cobrado Caguaripano y los hermanos Nieto –y hasta el mismo piloto de helicópteros, Oscar Pérez-es muy significativa al efecto, así como la leyenda que surge en torno a la toma del Fuerte Paramacay, y los rumores sobre asaltos y robos de armas y equipos en Fuerte Tiuna, el Batallón Bolívar y la Base Aérea Libertador, de Maracay.

Pero mucho más interesante va a resultar despejar en los próximos días las interrogantes de si las armas que ahora están en manos del grupo cívico-militar que se hace llamar “Movimiento de Reserva Moral”, se traducirán en nuevos ataques contra la FAN de Maduro, Cabello y Padrino López, ya sea, a través de otros asaltos de cuarteles, emboscadas a lo guerrilla urbana o rural, secuestros, atentados y otros tipos de operaciones.

Situación frente a la cual, será inevitable que la oposición cívica, pacífica y electoralista o se alíe con los líderes de la “Operación David”, o los tolere sin aliársele, o los adverse arriesgándose a ser desplazada por ellos.

De todas maneras, lo más importante a subrayar en este orden, es que, a diferencia de Chávez y su partido “MVR-200” en los 90, el “Movimiento de Reserva Moral”, jamás acumulará fuerzas para operar al margen de los partidos democráticos y tendrá que aliarse o integrarse a ellos.

Pero eso en cuanto a la nueva ruta que la toma del Fuerte Paramacay, el surgimiento del “Movimiento de Reserva Moral” y el Capitán Caguaripano, ponen frente la oposición, porque, en lo que se refiere a Maduro y su gobierno, sin duda que los efectos son más devastadores y portan la capacidad de obligar a Maduro “a negociar” o a abandonar el poder.

Y fundamentalmente, porque, cae el último bastión del castromadurismo (después de perder la mayoría electoral y el apoyo de los sectores de menores recursos de todo el país), y que no es otro, que el mito de que la FAN, y en especial el Ejército, estaban férreamente unidos y atrincherados en torno al socialismo y la dictadura de Maduro, siendo que, el domingo, una de las instalaciones sede de un “Batallón Blindado” clave en el desarrollo de toda operación militar en el país, le abrió sus puertas a un comando opositor y permitió que, parte de su arsenal, pasara a manos de los rebeldes.

Pero más cismático es lo que ha continuado, con la popularidad que los insurgentes han encontrado entre civiles y militares de la oposición y el gobierno, y según parece, con el acopio de más armamento y equipos para operaciones mayores.

En otras palabras que, una suerte de hervidero in crescendo se vive en la mayoría de los cuarteles venezolanos, muy parecido -cuentan- al que se vivió meses, semanas o días antes de la caída del general Marcos Pérez Jiménez, tiempos que fueron restándole más y más bayonetas, más y más cañones, y más y más fusiles, hasta quedar al arbitrio de un grupo de oficiales sensatos que terminaron convenciéndolo de que “abandonase el país”.

¿Estoy diciendo que este sería el mismo final de Maduro y que deberíamos prepararnos para ver en alguna madrugada del tercer trimestre del año, volar sobre Caracas a la siempre gratamente recordada, «Vaca Sagrada»?

Pues no, porque mi optimismo no llega a tanto, ya que no estamos en el 58, no tenemos unos partidos democráticos que se prepararían a realizar la etapa más importante de su historia y una dictadura de derecha, como la del general Pérez, que no contaba con apoyos internacionales, no tenía colectivos, ni era aliado de fuerzas paramilitares como el narcotráfico y la delincuencia organizada.

No, creo que Maduro podría resistir algo, o mucho más, pero en la perspectiva de que, hundiéndose cada día más en la corrupción, la violación de los derechos humanos y la inconstitucionalidad, terminaría como Kaddafi, defendido por un ejército de locos, alucinados, mercenarios y lunáticos que, al final, lo abandonaron exponiéndolo a una muerte atroz.

Por eso, ojalá que el grupo de pocos políticos y militares sensatos que aún le acompañan, le aconsejen rendirse como única opción y negociar su salida para ir a vivir o morir donde más le convenga, y como pago de evitarle a los venezolanos más horrendos e inútiles sufrimientos.