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Manuel Malaver: Maduro cree que las regionales tienen la clave de su sobrevivencia

Nicolás Maduro Regionales

No va ser tan importante llevar a la gente a votar por sus candidatos, como evitar que sus oponentes salgan a votar por los de ellos


Manuel Malaver

Ya casi no quedan políticos opositores, y muchos menos politólogos y comunicadores que no estén convencidos de que Maduro y sus asesores del G-2 echaron mano a las elecciones regionales como un espejismo para que la MUD enfriara la calle y corriera a embarcarse en una campaña electoral cuyos resultados lucen cada día más comprometidos.

Lo mismo podría decirse del diálogo, mísil de múltiples cabezas que aún no nos explicamos por qué la MUD no se planteó aplazar hasta después de las elecciones, pero que, al igual que las regionales, ha tenido un efecto anestesiante en un electorado al cual le cuesta mucho explicarse por qué se abandonó la calle, cuando tanto dentro como fuera del país se aceptaba que era la única estrategia apropiada para derrotar a Maduro.

Lo cierto es que, tanto una como otra estrategia (regionales más diálogo), han resultado excesivas y ahora no es solo la oposición, sino también el gobierno, quienes retroceden ante la expectativa de que no va ser tan importante llevar a la gente a votar por sus candidatos, como evitar que sus oponentes salgan a votar por los de ellos.

Una paradoja que resulta más perturbadora cuando se le aplica a la oposición, pues eran sus líderes los que bravuconeaban que barrerían con el Gobierno en cualquier elección y que no importaban las condiciones, ni siquiera el CNE, para demostrar que Maduro y sus mafias no volverían a ganar elecciones en Venezuela.

Y para probar su aserto, nada como esgrimir los números de las parlamentarias del 6D del 2015, o los del plebiscito del 16 de julio pasado, cuando con 7 millones y medio de votos, revelaron que una nueva mayoría electoral había nacido en Venezuela y era imposible que en el corto o mediano plazo cediera antes las trampas de Tibisay Lucena y sus compinches y compinchas.

Hoy no se acepta que la “histórica cantidad” pueda estar en juego en las regionales (casi la mitad del patrón electoral) y se asoma que podría caer en un 50 por ciento menos, pero repartido entre los candidatos de uno y otro factor.

Y no lo digo yo, sino Maduro, quien a finales de la semana pasada afirmó que el Gobierno esperaba ganar unas 10 gobernaciones, y Henry Ramos, quien le contestó inmediatamente, diciendo que la “confesión de Maduro” demostraba de que estaba convencido de que perdería las regionales.

Supongo yo que Ramos se refería al hecho de que, como el Gobierno tiene ahora 20 gobernaciones (menos las de Miranda y Lara), rebajarlas ahora a 10, era un triunfo de la oposición, pero sin aclarar que, hasta hace muy poco, tanto Ramos, como el resto de líderes opositores, aseguraban que Maduro las perdería todas, por lo que en la nueva cuenta del jefe de la tolda blanca era la MUD la que salía perdiendo y no ganando.

Pero sean cuáles fueran las razones de la aritmética de Ramos ganando 10 gobernaciones y la de Maduro perdiendo 10 (no cuento las dos que ya tiene la oposición: Miranda y Lara), es evidente que las regionales solo servirán para equilibrar el poder de gobierno y oposición en los Estados, pues después de las mismas no es que Maduro seguirá con el amplio dominio que tenía, pero la oposición no contará la aplastante mayoría que pretendía obtener.

Un reparto de a mitad pues, 10 contra doce o doce contra diez, pulsando la política a través de un frágil equilibrio, de una paz o guerra al borde del abismo, con rupturas y disidencias suscitándose de un lado y otro, con desacuerdos que se transan, o acuerdos que se rompen, pero que son los pendones del gran escenario o teatro que se avecina: las elecciones presidenciales de finales del 2018.

Quiere decir que, el sector de la oposición que participa en las regionales no quiere otra salida de Maduro que no sea en tan constitucional evento, y frente al cual, cada una de las tres partidos principales de la MUD cuenta con su propio candidato y, con opciones de ganar, si llegara a alzarse con la candidatura unitaria y de consenso de toda la oposición.

Me refiero, en primer lugar, a Henry Ramos Allup, Secretario General de AD, el cual desde el 2016, el año en que ejerció la presidencia de la Asamblea Nacional, viene nutriendo apoyos, tanto nacionales como internacionales que no le dejan tiempo para pensar en otra idea que no sea unas elecciones en el 2018 con Maduro, buscando repetir en la presidencia por el oficialismo y él, Henry Ramos, predestinado para cambiar la historia de Venezuela y América Latina.

De Leopoldo López, el presidente de “Voluntad Popular”, también podría decirse que los sorprendentes cambios introducidos en su vida política en los últimos meses —y de los cuales su salida de Ramo Verde y su conversión en un interlocutor que intermedia entre Gobierno y oposición son los más importantes— encuentran su origen en la esperanza cierta de imponerse a otros candidatos opositores en unas primarias para escoger el representante unitario y derrotar a Maduro, colmando un sueño que, al parecer, no lo abandona desde que emergió en la vida política nacional.

Está, por último, el caso de Julio Borges, presidente de la Asamblea Nacional y creyente y practicante de la religión de que, una presión fuerte y sostenida, pero no intrusiva, de la comunidad internacional, también podrían obrar el milagro de que Maduro permita a la oposición ganar espacios, mientras prepara los cañones para derrotarlo en las elecciones del 2018 y con el presidente se la AN como candidato unitario de la oposición.

¿Qué son, entonces, las elecciones de gobernadores en este contexto y cómo habría que formularlas, no para agudizar los conflictos con el régimen, sino para atemperarlos y llegar a la meta del 2018?

Evidentemente que, son espacios que los partidos opositores necesitan y trataran de ocupar y emplear como elemento de presión de los partidos entre sí, y de conjunto, para acorralar y presionar al Gobierno en la concesión de ventajas que les resultarían utilísimas desplegar sus estrategias hacia el 2018.

El problema es que el Gobierno también tiene sus estrategias y, es posible, que las más importantes no contemplen coexistir con la oposición y, muchos menos, permitir que lo derroten con el candidato que sea, se trate de Ramos, López o Borges.

Lo cual no autoriza a afirmar que, de una vez, y a semanas o meses de perdidas o ganadas las regionales, vaya a buscar el KO, el cual le permitiría desaparecer de un plumazo a los partidos democráticos y, con o sin las elecciones del 2018, asumir la dictadura socialista, militarista y totalitaria de un vez por todas.

En este orden, nada más importante que lograr que toda, o partidos importantes de la oposición, reconozcan y legitimen la Asamblea Nacional Constituyente, ANC, dándole fundamentos “constitucionales” a un régimen, a una dictadura que, por otra vía, estaría siempre expuesta a una medida extrema de la comunidad internacional, como serían una intervención militar o un embargo petrolero.

Al efecto, convendría recordar que, Jorge Rodríguez, el representante del Gobierno en la reactivación del diálogo en la República Dominicana, el miércoles antepasado, al hacer públicas las peticiones de su representado recalcó que, el reconocimiento de la ANC podían considerarse como uno de los puntos en que el madurismo no cedería para “avanzar en el diálogo”.

Pero el “facilitador” de la dictadura en los fallidos intentos de diálogo anteriores, el expresidente Leonel Fernández, también fue taxativo al declararle hace dos días a una periodista en la cadena Telesur que, si “la MUD reconocía la Constituyente no habría problemas para que se le pusiera fin a la crisis”.

El problema es que, el representante de la MUD en el diálogo exploratorio de República Dominicana, el presidente de la AN, Julio Borges, también afirmó que entre los puntos expuestos por la oposición “para avanzar” estaba la disolución de la ANC y el reconocimiento de la AN como el único poder legislativo del país.

Quiere decir que el reconocimiento de “la otra institución” por una de las partes será inexcusable para continuar en la agenda de solución de la crisis, y si no, es indefectible que regresamos al punto de antes de la reunión de Santo Domingo.

O quizá de antes de las regionales, pues sus resultados podrán incidir en el fortalecimiento de uno de los polos, pero no al extremo de imponerle al otro una solución, “su” solución.

Por eso, independiente de que la MUD sobreviva a la apuesta de la regionales, su futuro no está sino en volver a la calle y quizá no tanto para dirigir como para ser dirigida.