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Manuel Malaver: La abstención

Abstención Regionales

No espere ni el Waterloo de Maduro, ni el Carabobo de la MUD de los resultados del 15O, sino el triunfo de la batalla de San Félix, en la que Piar recompuso las filas patriotas, se acopiaron recursos, se ganaron espacios y comenzó la historia de la Gran Colombia


Manuel Malaver

Siendo, como es, la pesadilla de la cual no despierta la oposición en la actual campaña electoral debería “abstenerme”, incluso, de insinuarla, pero no, voy a escribir (más bien reflexionar) sobre la abstención, pues considero que solo tratándola con la importancia y urgencia que merece, es posible evitar la propagación de la pandemia que todos temen.

Y lo primero que se me ocurre decir es que su promoción no empezó en las filas del Gobierno, sino de la oposición, y que los primeros opositores que la pusieron a rodar fueron quienes, sin demasiadas explicaciones, se fueron de las heroicas barricadas de las luchas de calle a la rutina burocrática de una participación en las urnas que, entre otras sospechas, tenía el tufo de una estratagema castro-madurista para ganar tiempo y dividir a la oposición.

“Es la democracia”, siento que ya me están gritando los ultraelectoralistas que echan la mano a su revólver cuando oyen la palabra “abstención”, y a ellos les diría que, para hacer realidad la democracia es fundamental no apartarse de la política, que es, a fin de cuentas, la única filosofía disponible para producir acciones eficaces contra la forma de antipolítica más atroz que se conoce: la dictadura marxista.

Quiero decir que, ni la participación electoral, ni la abstención, pueden practicarse como dogmas, pues bien pueden darse coyunturas en que, lo eficaz, democráticamente hablando, es abstenerse, y otras en que, fortalecer la democracia, o reconquistarla, imponen la participación electoral.

Pero mucho menos, pueden usarse como chantaje, o fórmulas para exculpar de errores a la dirigencia, que es la responsable o de que el electorado participe o de que se abstenga.

Lo demás es pecar, o incurrir, en la famosa “teoría de la conspiración” que tanto han popularizado los dictadores marxistas: los fracasos son productos de las asechanzas del enemigo y no de nuestra incompetencia o de la inviabilidad del sistema.

En todo caso, lo importante es participar o no participar para darle fuerza, validez y utilidad al voto, pues sí, al contrario, se vota para que la dictadura le diga a los electores que con votos o sin votos “sigue siendo el Rey”, entonces los demócratas son autores del descrédito de una de sus armas fundamentales: la participación electoral.

Para demostrarlo, nada como recordar la negativa de Rómulo Betancourt a participar en unas elecciones convocadas por el general y dictador, Marcos Pérez Jiménez, para celebrar una constituyente, el 2 diciembre de 1952, pero no porque legitimaban o deslegitimaban la dictadura, porque se ganaban o perdían espacios, sino porque eran un esfuerzo inútil, habría un fraude que el país no podría evitar y la oposición expondría sus mejores dirigentes, cuadros y militantes a la represión que seguiría a la fiesta comicial.

Y así sucedió, en efecto: la oposición ganó, la dictadura desconoció los resultados, siguió una represión feroz y Pérez Jiménez se fortaleció al extremo de durar seis años impertérrito y en espera de que un golpe militar rescatara la democracia.

Escriben ahora quienes defienden la participación electoral a ultranza, como mi fraterno amigo, Américo Martín, que “Villalba tenía razón y Betancourt estaba equivocado”, pero no aclara que los trágicos sucesos que siguieron al fraude perezjimenista, se comportaron como los preveía el fundador de AD y no el de URD.

Se ha alegado que lo que se proponía Villalba no era derrocar la dictadura, sino abrir una ruta de movilización popular que denunciara los crímenes de la Seguridad Nacional y Pedro Estrada y, sobre todo, diera a conocer en el exterior los horrores del régimen pérezjimenista, pero sí se logró, fue al costo de descabezar a Acción Democrática y al Partido Comunista, a Copei y a URD, que si se recuperaron, fue por la “Pastoral” de Monseñor Arias Blanco en 1956, por la ola de democratismo que inundó la región a mediados de los 50, y porque una nueva juventud militar, liderada por el teniente coronel, Hugo Trejo, embistió contra los remanentes del postgomecismo.

¿Quiere decir que soy abstencionista, que estoy llamando a no votar y a salir el lunes 17 a armar una barricada en la primera esquina que encuentre?

No, en absoluto, estoy haciendo un llamado sereno, ponderado y algo escéptico (como corresponde a un liberal) a depositar el voto, pero más porque lo veo como tramo, eslabón, o estación en una carrera de larga o mediana distancia, que como una solución de la crisis y Armagedón del madurismo, y donde, son tolerables los errores, ya se cometan por asfixia, agobio, o ganas de hacerse ilusiones. que también son humanas.

“Errores involuntarios” prefiero llamarlos y que siempre serán corregidos porque la vocación democrática de la oposición siempre está a pleno florecer y los horrores que el castromadurisno comete casi a la velocidad de la luz, no deja otra alternativa que derrotarla.

De ahí que no espere ni el Waterloo de Maduro, ni el Carabobo de la MUD de los resultados en las elecciones del 15-O, sino el triunfo de aquella batalla de San Félix en la que el general Piar recompuso las filas patriotas, se acopiaron recursos, se ganaron espacios y comenzó la historia de la Gran Colombia.

Por eso, hubiera preferido que el llamado a la participación en las regionales —que, salió por cierto de la olla de aprendiz de brujo de Maduro—, se aceptara como una reafirmación de la lucha de calle, como una extensión o complementariedad de unas jornadas —las que corrieron de abril a julio—, que fueron las que colocaron la gravedad de la tragedia venezolana en el mapa mundial y la solidaridad internacional como una tarea que se hacía inexcusable frente a un pueblo, un país, cuyo heroísmo pasó hacer protagonista de la historia global.

Entiendo que muchos líderes opositores no lo sentían así y quizá vieron las elecciones como una vía de seguir drenando las capacidades del Gobierno, de forjarse vías para que el acceso al poder que está en el genoma de todo político, no resultará tan complejo ni pírrico, pero en el atajo pienso que magullaron la fuerza central y fundamental de la lucha opositora: los casi ocho millones de electores que sufragaron a su favor en las elecciones parlamentarias del 6D del 2015 y el 16 de julio pasado.

En otras palabras que, todo lo que necesitaría Maduro y Raúl Castro para continuar con la mutilación de Venezuela, la conversión de su pueblo en una horda de indigentes y el remate de sus riquezas a cualquier proveedor de armas con las cuales amenazar a la oposición y a los países de la región y de Europa que quieran ayudarla.

De ahí que, sea inexcusable afirmar que estamos corriendo el riesgo de quedarnos sin calle y sin votos y todo porque a unos viejos políticos se les agota el tiempo para hacer realidad sus sueños.

Pero tampoco podría admitirse convertir la abstención en una suerte de malcriadez que, por aplicarle un “no voto castigo” a unos pocos, termine infiriéndole una derrota catastrófica a un país que necesita “triunfos”, en cualquier escala y dimensión, en la ruta que conducirían a que, cuanto antes, Maduro y su pandilla no reinen más en Venezuela.

Para ello, hay que disponerse a votar, “aún con el pañuelo en la nariz” de que hablara Rómulo Betancourt en un principio de política que ha hecho historia, pero no porque sea aplicable al momentum, pues pienso que todos los candidatos a gobernadores de la oposición cuentan con las credenciales suficientes para merecer el voto de los ciudadanos.

No voy a votar porque la Constitución no me lo permite (vivo en un municipio del Área Metropolitana que no elige gobernador), pero de poder hacerlo, lo haría por Carlos Ocaríz, excelente alcalde de Sucre de quien, se puede discrepar en todo, menos en los resultados de su gestión como un funcionario público, que fue reelecto como burgomaestre y a partir del domingo próximo será gobernador de Miranda.

Quiero, de todas maneras, manifestar mis preferencias por José Manuel Olivares, quien es candidato a la gobernación Vargas, o Alejandro Feo La Cruz, Juan Pablo Guanipa, Ismael García, Henry Falcón, Laidy Gómez, Guillermo Cal, Andrés Velásquez y Alfredo Díaz que son a los que seguido más de cerca en sus propuestas, y al resto que no nombro por razones de espacio, pero sé que tienen una enorme capacidad y posibilidad de derrotar al madurismo.

De ellos espero que hagan respetar el voto de los ciudadanos defendiendo las gobernaciones y uniéndose a la batalla, guerra o campaña, que nos permita en poco tiempo, aprovechar los espacios ganados, para que de Maduro y su malandraje no queden ni el polvo.