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Jesús Silva: Jorge Rodríguez, ministro de propaganda

No tendrá éxito una “política comunicacional” que subestime la inteligencia del pueblo o exprese contenidos sin libreto


Jesús Silva R.

Para la oposición se llama ministro de propaganda porque suena a terminología de los nazis, pero para los chavistas es ministro de comunicación revolucionaria cuya gestión debe triunfar en defensa de la paz nacional. Reflexionemos sobre lo bueno que ya tenemos y lo que se puede mejorar para “sostener la alegría” como dice el experto. “Política de medios” es el instrumento y “política comunicacional” es el contenido. La primera se alimenta de dinero, pero la segunda se nutre de neuronas.

Por un lado, existe “política de medios” que significa integrar a un mismo sistema la mayor cantidad de medios de comunicación, incluyendo canales de televisión, emisoras de radio, medios impresos, digitales, redes sociales, nuevas plataformas tecnológicas, publicidad, mercadeo, alianzas interinstitucionales, lobby, etcétera, conformando una base material instalada o aparato comunicacional para el desarrollo de una propuesta o cosmovisión mediática.

“Política de medios” implica inversión de importantes recursos económicos y cuando es impulsada a gran escala por un Estado o industria transnacional su fin último es instaurar un régimen o hegemonía comunicacional que provea gobernabilidad y estabilidad política al grupo gobernante, al pueblo, o el éxito comercial del grupo empresarial, según sea el caso.

Por otro lado, existe “política comunicacional” que significa generar contenidos creativos y persuasivos al servicio de una propuesta comunicacional determinada, logrando promover ideas y conceptos argumentados que influyan en la conciencia, lenguaje, cultura, hábitos de consumo de la población, así como sus comportamientos en los ámbitos de lo económico, político, ideológico y electoral.

Cuando una inteligente “política comunicacional” es apoyada por una poderosa “política de medios”, se alcanza una fuerza social demoledora que conduce al triunfo rotundo de proyectos trascendentales como la consolidación del poder político o el posicionamiento de un producto en el mercado.

Puede haber “política comunicacional” exitosa sin una costosa “política de medios”, siempre y cuando la primera sea brillante por sus contenidos. No tendrá éxito una “política comunicacional” que subestime la inteligencia del pueblo o exprese contenidos sin libreto, de tipo repetitivo o fantasioso. Esto no cambiará por más dinero que se gaste en “política de medios”. De allí la situación de gobiernos o empresas millonarias en medios de comunicación (administradoras de cadenas de TV y radio) que resultan derrotados por rivales que poseen armas menos costosas (como redes sociales) pero que comunicacionalmente no son inferiores, sobre todo por sus aliados internacionales.

En este contexto, la robusta “política de medios” que actualmente goza el Estado venezolano debe ser acompañada por una “política comunicacional” que cada día eleve su calidad y para ello se sugieren cuatro propuestas:

1.- Debate abierto: que múltiples visiones de la realidad se presenten y discutan libremente en los medios para que triunfe la inteligencia de los argumentos. Nunca ocultar la realidad ni pretender embellecerla mediáticamente, sino más bien discutirla y colectivamente proponer soluciones. Si la revolución es el verdadero camino a la felicidad espiritual y material, no debe tener miedo a debatir en ningún terreno. Para esta tarea debe haber participación amplia y diversa de voceros. Sólo así se lograrán conclusiones convincentes en la conciencia de la población ya que la verdadera hegemonía no se impone ni se decreta, sino que se construye desde las ideas.

2.- Cero discriminación: Constitución Bolivariana en su artículo 21 numeral 1.

3.- Hacer revolución desde el constructivismo. Derecho de los ciudadanos a la construcción colectiva del conocimiento para la vida revolucionaria; mientras que conductismo significa imponer desde el sectarismo.

4.- Despenalizar la crítica y la autocrítica: Urge dar apertura al diálogo sin prejuicios de los problemas reales mediante la eliminación de “la calumnia política” en casos donde un revolucionario critica fallas del Gobierno frente a problemas nacionales y la respuesta intolerante ha sido: calumniar al camarada para que parezca que se fue a la oposición a fin de dañar su reputación sin pruebas que lo justifiquen y desacreditar completamente sus observaciones. Son los adulantes que todo lo aplauden quienes más han dañado a la revolución.

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